COSAS DE GELY
NARCISO
El Narcisismo: Un Relato de Reflejos y Realidades
En un pequeño pueblo, en algún lugar entre la realidad y la ficción, vivía Narciso, un joven de belleza sin igual. Su rostro era la recopilación de la perfección, con rasgos que parecían esculpidos por los mismos dioses. Narciso lo sabía, y su conocimiento de su propia hermosura se convirtió en el centro de su existencia.
Cada mañana, Narciso se dirigía al lago cristalino que descansaba a los pies de una colina suave, su superficie era tranquila como un espejo perfecto. Narciso se inclinaba sobre el agua, admirando el reflejo que esta le devolvía su de propia imagen. "¿Cómo puede alguien no amarme?", se preguntaba, mientras su reflejo asentía en silencio.
Los habitantes del pueblo observaban a Narciso con una mezcla de admiración y pena. Admiración por la gracia con la que se movía y la belleza que irradiaba, y pena por la soledad que su narcisismo le había impuesto. Nadie osaba acercarse demasiado, temerosos de ser rechazados por no estar a la altura de su perfección.
Un día, una joven llamada Eco, conocida por su voz dulce y su palabras amables, intentó acercarse a Narciso. Eco había sido maldecida por la diosa Hera, y condenada por esta a repetir las últimas palabras que escuchara. Cuando vio a Narciso, su corazón se llenó de un amor profundo, pero su maldición le impedía expresar sus verdaderos sentimientos.
Narciso, al escuchar la repetición de sus propias palabras, se burló de Eco, incapaz de reconocer la sinceridad en la voz que solo podía imitar. Eco, con el corazón roto, se retiró al bosque, donde su cuerpo se desvaneció hasta que solo quedó su voz, resonando entre los árboles.
El tiempo pasó, y Narciso seguía visitando el lago, cada vez más obsesionado con su reflejo. No comía, no bebía, solo se perdía en la contemplación de su propia imagen. La naturaleza, en su sabiduría, decidió intervenir. Una noche, mientras Narciso dormía, la naturaleza transformó el cuerpo de Narciso en una flor, con pétalos blancos rodeando un corazón amarillo, reflejando así su belleza exterior y su vacío interior.
La flor de Narciso creció al borde del lago, condenada a mirarse en el agua para siempre. Los habitantes del pueblo, al descubrir la transformación, entendieron la lección que la naturaleza había impartido a Narciso: la belleza es efímera, y el amor propio debe tener límites.
El relato de Narciso y Eco se convirtió en una historia de advertencia, un cuento sobre los peligros del narcisismo y la importancia de mirar más allá de uno mismo. Porque en el reflejo de nuestras propias aguas, a veces olvidamos mirar hacia arriba, hacia los demás, y hacia el mundo que nos rodea.
Y así, el narcisismo, con su seductora trampa de reflejos y realidades, nos enseña que la verdadera belleza reside en la capacidad de amar y ser amado, no solo en la imagen que devuelven las aguas tranquilas de un lago.
En un pequeño pueblo, en algún lugar entre la realidad y la ficción, vivía Narciso, un joven de belleza sin igual. Su rostro era la recopilación de la perfección, con rasgos que parecían esculpidos por los mismos dioses. Narciso lo sabía, y su conocimiento de su propia hermosura se convirtió en el centro de su existencia.
Cada mañana, Narciso se dirigía al lago cristalino que descansaba a los pies de una colina suave, su superficie era tranquila como un espejo perfecto. Narciso se inclinaba sobre el agua, admirando el reflejo que esta le devolvía su de propia imagen. "¿Cómo puede alguien no amarme?", se preguntaba, mientras su reflejo asentía en silencio.
Los habitantes del pueblo observaban a Narciso con una mezcla de admiración y pena. Admiración por la gracia con la que se movía y la belleza que irradiaba, y pena por la soledad que su narcisismo le había impuesto. Nadie osaba acercarse demasiado, temerosos de ser rechazados por no estar a la altura de su perfección.
Un día, una joven llamada Eco, conocida por su voz dulce y su palabras amables, intentó acercarse a Narciso. Eco había sido maldecida por la diosa Hera, y condenada por esta a repetir las últimas palabras que escuchara. Cuando vio a Narciso, su corazón se llenó de un amor profundo, pero su maldición le impedía expresar sus verdaderos sentimientos.
Narciso, al escuchar la repetición de sus propias palabras, se burló de Eco, incapaz de reconocer la sinceridad en la voz que solo podía imitar. Eco, con el corazón roto, se retiró al bosque, donde su cuerpo se desvaneció hasta que solo quedó su voz, resonando entre los árboles.
El tiempo pasó, y Narciso seguía visitando el lago, cada vez más obsesionado con su reflejo. No comía, no bebía, solo se perdía en la contemplación de su propia imagen. La naturaleza, en su sabiduría, decidió intervenir. Una noche, mientras Narciso dormía, la naturaleza transformó el cuerpo de Narciso en una flor, con pétalos blancos rodeando un corazón amarillo, reflejando así su belleza exterior y su vacío interior.
La flor de Narciso creció al borde del lago, condenada a mirarse en el agua para siempre. Los habitantes del pueblo, al descubrir la transformación, entendieron la lección que la naturaleza había impartido a Narciso: la belleza es efímera, y el amor propio debe tener límites.
El relato de Narciso y Eco se convirtió en una historia de advertencia, un cuento sobre los peligros del narcisismo y la importancia de mirar más allá de uno mismo. Porque en el reflejo de nuestras propias aguas, a veces olvidamos mirar hacia arriba, hacia los demás, y hacia el mundo que nos rodea.
Y así, el narcisismo, con su seductora trampa de reflejos y realidades, nos enseña que la verdadera belleza reside en la capacidad de amar y ser amado, no solo en la imagen que devuelven las aguas tranquilas de un lago.