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jueves, octubre 16, 2025

EL UNIVERSO - EL TEJIDO INVISIBLE DEL SER

COSAS DE GELY

 EL UNIVERSO EL TEJIDO INVISIBLE DEL SER

El Universo: El Tejido Invisible del Ser

Una contemplación del cosmos desde la mirada del Dharma

Desde la perspectiva budista, el universo no es una realidad separada o ajena al ser humano, sino una manifestación interconectada de la existencia, donde todo forma parte de un mismo tejido cósmico. Esta visión surge del entendimiento profundo de que nada existe de manera independiente o aislada, sino que todo depende de causas y condiciones. En el budismo, esta ley fundamental se conoce como "interdependencia" o "originación dependiente" (pratītyasamutpāda), y se aplica tanto al surgimiento de los pensamientos y emociones, como al fluir de los mundos, los planetas, las estrellas y los sistemas solares.

Lejos de una concepción meramente mecánica del cosmos, el budismo considera que el universo es el escenario de un proceso cíclico de nacimiento, existencia, disolución y renacimiento. Este ciclo se refleja tanto en la vida individual como en la existencia cósmica. Así como los seres nacen, viven y mueren, también los mundos surgen, existen durante un tiempo y finalmente desaparecen, para volver a surgir. Estos ciclos cósmicos, conocidos como kalpas, pueden extenderse durante eones inimaginables. En la cosmología budista, los kalpas marcan el tiempo en el que se crean universos, aparecen seres iluminados, enseñan el Dharma, y luego todo se disuelve para reiniciar el ciclo. Todo es impermanente, incluso las estrellas y galaxias, y esa impermanencia no es una tragedia, sino una oportunidad para comprender que nada puede ser poseído o fijado eternamente.

El cielo, con su infinita expansión y sus cuerpos celestes, es contemplado en el budismo como símbolo y recordatorio de esta vastedad de la existencia, y de la naturaleza despierta de la mente. En la tradición tibetana, la astrología y la astronomía están íntimamente ligadas al camino espiritual. No son usadas para predecir el futuro desde una superstición, sino como herramientas de comprensión del karma, del ritmo de la vida y del fluir del tiempo según las energías del universo. En este sentido, el calendario tibetano no sólo sirve para marcar fechas religiosas, sino que refleja una armonía con los movimientos del sol, la luna y los planetas, permitiendo comprender mejor los momentos propicios para la meditación, las ceremonias y las acciones cotidianas.

El sol, en muchas enseñanzas budistas, representa la sabiduría iluminada. Así como el sol disipa la oscuridad con su luz, la sabiduría disipa la ignorancia, que es la raíz de todo sufrimiento. De igual forma, la luna suele simbolizar la compasión, cuya luz suave y serena refresca el corazón de los seres. En algunos sutras, el Buda es descrito como el sol espiritual que aparece en el mundo para disipar la niebla de las pasiones y mostrar el camino hacia la liberación. También la luna llena ocupa un lugar importante en muchas celebraciones budistas, como el día de Vesak, en el cual se conmemoran el nacimiento, la iluminación y el paranirvana del Buda. Esto refleja la conexión directa entre los ritmos celestes y los acontecimientos espirituales.

Las constelaciones y estrellas, aunque no son adoradas, son entendidas en la astrología tibetana como manifestaciones energéticas que influyen en la configuración de la vida de los seres. Se considera que, al momento del nacimiento, las posiciones celestes pueden revelar ciertas tendencias kármicas o patrones de energía que uno deberá comprender y trabajar a lo largo de su vida. No como un destino fijo, sino como un mapa para navegar conscientemente. Así, la astrología budista se usa con fines prácticos y espirituales: para elegir los momentos más favorables para emprender acciones importantes, para sanar, para realizar rituales, o para armonizarse con las fuerzas sutiles del cosmos. Es una forma de estar en sintonía con el Dharma que no niega la ciencia, sino que la complementa con una visión espiritual.

En el budismo, el cosmos no es solo materia, sino también mente. Existe una relación directa entre la claridad de la conciencia y la percepción del universo. Las estrellas pueden verse como luces externas, pero también como reflejos de la luz interna que todos poseemos. Los mundos pueden ser físicos o mentales, y el samsara, ese ciclo de nacimiento y muerte en el que vagamos, no es solo una sucesión de vidas, sino un estado de conciencia condicionado por el deseo, el apego y la ignorancia. Alcanzar el Nirvana, en cambio, es despertar del sueño cósmico de la ilusión, y ver el universo tal como es: vacío de ego, pero lleno de interconexión y compasión.

Por eso, todo lo que existe en el universo, desde una estrella lejana hasta el suspiro de un insecto, guarda relación con el Dharma. El orden cósmico, aunque parezca caótico, responde a leyes profundas que pueden ser entendidas desde la mente despierta. El Dharma, en este contexto, no es solo una enseñanza, sino el principio que rige el equilibrio del cosmos, la sabiduría inherente al universo mismo. Practicar el Dharma es alinearse con esa verdad universal, vivir con conciencia de causa y efecto, cultivar la compasión hacia todos los seres y aceptar el fluir de los ciclos con ecuanimidad.

Así, el budismo nos invita a ver el universo no como algo ajeno que debemos conquistar, sino como un espejo de nuestra propia mente. Al observar los astros, no sólo vemos cuerpos lejanos de fuego y luz, sino recordatorios de que también dentro de nosotros habita la capacidad de iluminar, transformar y renacer. Todo en el universo enseña, si se lo contempla con sabiduría. El sol que sále cada día, la luna que cambia, las estaciones que giran, las estrellas que resplandecen en la noche... todo forma parte del gran mandála cósmico del despertar.