Hay momentos en los que resulta inevitable preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí. Cómo han podido alcanzar tanto poder personas movidas por el odio, la ambición o el deseo de dominio. Cómo figuras como Donald Trump, Vladímir Putin o Benjamín Netanyahu —con discursos agresivos, decisiones deshumanizadoras y un profundo desprecio por el dolor ajeno— han llegado a condicionar el destino de tantos seres humanos.
Narrar el abismo, de Patricia Simón, ayuda a comprenderlo. No porque ofrezca respuestas simples, sino porque obliga a mirar el mundo sin apartar la vista. Y en esa mirada, dolorosa pero necesaria, surge la comprensión de que estos líderes no florecen en sociedades sanas: brotan donde hay desigualdad, miedo, desinformación y un cansancio emocional profundo, en lugares donde las personas están agotadas de sentirse inseguras, invisibles o abandonadas.
Simón escribe desde la herida abierta, desde lo que ha visto en zonas de conflicto, campos de refugiados y ciudades donde la violencia política se ha vuelto rutina. Desde ahí explica que el autoritarismo crece cuando la población empieza a buscar salvadores en vez de gobernantes; certezas en vez de preguntas; enemigos en vez de vecinos.
El miedo, ese veneno silencioso
El miedo es la herramienta política más poderosa, y estos líderes lo saben. Lo alimentan con discursos que señalan a grupos vulnerables, exageran amenazas o inventan peligros.
Con ello consiguen que parte de la sociedad crea que solo ellos —con su agresividad, su puño en alto, su rigidez— pueden protegerla.
Pero lo que protegen, en realidad, son sus intereses, sus alianzas económicas, sus posiciones de poder.
Y mientras tanto, las personas comunes viven más asustadas, más divididas y más sometidas.
La fabricación del enemigo
Una de las advertencias más claras que atraviesa Narrar el abismo es esta:
cuando un gobierno necesita un enemigo para justificar su poder, es porque ya ha perdido su compromiso democrático.
El enemigo puede ser una minoría religiosa.
Un territorio que se desea controlar.
Periodistas que hacen preguntas incómodas.
Inmigrantes que huyen desesperados.
Al convertirlos en amenaza, el poder obtiene permiso para casi todo: bombardear, expulsar, encarcelar, mentir, destruir.
Silenciar la verdad: el ataque a la prensa
La democracia se debilita cuando la prensa es atacada.
Muchos gobiernos autoritarios lo saben y actúan en consecuencia: compran medios, manipulan narrativas, difunden mentiras, ridiculizan a periodistas, los ponen en peligro.
Así, poco a poco, la sociedad queda desorientada.
A oscuras.
Dependiente de la voz más fuerte, no de la más honesta.
Intereses que pasan por encima de las personas
En el mundo actual domina a menudo la lógica del explotación:
la idea de que todo —territorio, naturaleza, incluso seres humanos— puede sacrificarse en nombre de una ganancia económica o geopolítica.
Simón lo explica con claridad:
cuando el poder se mueve por asegurar recursos estratégicos, las vidas humanas se vuelven prescindibles.
No hace falta enumerar cada caso concreto para entender el patrón general:
cuando el beneficio vale más que la dignidad, las poblaciones dejan de ser ciudadanía y se convierten en obstáculos.
La normalización de la crueldad
Una de las señales más alarmantes es cómo se ha normalizado la crueldad.
Imágenes de bombardeos convertidas en ruido de fondo.
Discursos de odio que ya no escandalizan.
Cifras de muertos que se leen como si fueran datos técnicos.
Esta indiferencia no surge por maldad, sino por agotamiento.
Pero precisamente ese agotamiento permite que los poderosos actúen sin freno.
Y mientras tanto, la gente sufre
Detrás de cada decisión política hay vidas reales:
niños que lloran, madres que huyen, ancianos que lo pierden todo, jóvenes que dejan de imaginar un futuro.
Simón insiste en que si dejamos de mirar a esas personas, perdemos nuestra humanidad.
Y cuando se pierde la humanidad, el fascismo asoma sus garras, y es el único que gana
Una conclusión desde el corazón
La extrema derecha y los fachas no surgen de la nada: crecen en un clima social herido, desigual, cansado y manipulado.
Prosperan porque el miedo se hace más fuerte que la empatía.
Porque la mentira se vuelve más cómoda que la verdad.
Porque la crueldad se normaliza.
Pero existe una fuerza que todavía resiste: la capacidad de reconocer el dolor ajeno y decir esto no puede continuar así.
Es la capacidad que el libro reivindica: narrar el abismo para no caer en él.


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