COSAS DE GELY
En España, muchas personas tienen la impresión de que la justicia se ha ido alejando poco a poco de su esencia más noble: la búsqueda honesta de la verdad. Cada vez que aparece un caso en el que la sentencia parece no corresponderse con las pruebas presentadas, o cuando testimonios relevantes parecen ser ignorados sin una explicación convincente, crece en el ciudadano una sensación amarga de desamparo. No se trata solo del resultado final, sino del proceso, de la forma en que se percibe que la justicia se inclina más hacia equilibrios de poder que hacia los hechos, más hacia afinidades que hacia pruebas, más hacia mayorías internas que hacia la razón. En este clima, la justicia corre el riesgo de dejar de sentirse justa.
La frase de Mahatma Gandhi, “Aunque la verdad esté en minoría sigue siendo la verdad”, resuena con especial fuerza en situaciones así. Habla de esas ocasiones en las que, aunque todo parezca inclinarse hacia una dirección, aunque la mayoría dentro de un tribunal vea las cosas del mismo modo, aunque la versión minoritaria quede reducida casi al silencio, la verdad permanece intacta esperando ser reconocida. Lo verdaderamente doloroso es, cuando esa verdad minoritaria no encuentra espacio porque los jueces que deben valorarla, actúan dentro de una estructura en la que la independencia no está siempre garantizada. Cuando la composición de un tribunal está condicionada por criterios que no son estrictamente jurídicos, la verdad se convierte en una especie de náufrago en un océano de decisiones ya perfiladas antes incluso de escuchar los testimonios.
A la ciudadanía le afecta profundamente esta sensación. Todos sabemos que un sistema judicial perfecto no existe, pero sí esperamos que, al menos, funcione con la máxima honestidad posible. Cuando el ciudadano observa que ciertas decisiones generan dudas razonables, que testimonios presentados por profesionales, periodistas o expertos quedan archivados sin justificación clara, surge la pregunta que más daño hace: ¿Realmente hemos sido escuchados?. La justicia debería ser precisamente ese espacio donde cada voz cuenta, donde cada dato importa y donde cada testimonio se analiza con atención. Cuando esto no ocurre, incluso la persona que ha dicho la verdad con total integridad, siente que está sola frente a un sistema demasiado grande para ser cuestionado.
Esa soledad es devastadora. Es mirar a la justicia (una institución creada para proteger) y sentir que, en lugar de abrazar la verdad, la ha dejado caer por el peso de otros intereses. Y lo más triste es que no siempre hace falta que exista una intención maliciosa; basta con la falta de independencia, con estructuras envejecidas, con nombramientos discutidos, con presiones indirectas, con esa politización silenciosa que no se ve, pero se nota. Basta con pequeños gestos, actitudes, decisiones internas que orientan la balanza no hacia lo cierto, sino hacia lo conveniente.
Las consecuencias de este clima van más allá del caso concreto que lo origine. Se filtran en la confianza pública, en la credibilidad de las instituciones, en la tranquilidad de saber que, si un día necesitas justicia, serás tratado con imparcialidad. Y también en algo mucho más íntimo: en la fe en la verdad. Cuando una sociedad empieza a sospechar que la verdad ya no basta, que no importa cuánta gente la sostenga o cuántas pruebas la respalden, entonces esa sociedad empieza a perder algo esencial.
Por eso la frase de Gandhi sigue siendo imprescindible. Porque nos recuerda que la verdad no depende de cuántos la vean ni de cuántos la voten. La verdad no se somete a mayorías. La verdad existe, aunque esté sola. Lo que debería hacer la justicia es acercarse a ella con humildad y valentía, incluso cuando es incómoda, incluso cuando va contra la corriente. Cuando un tribunal no lo hace, cuando ignora voces relevantes o desoye testimonios que merecen ser valorados, la justicia deja de ser un refugio para convertirse en un laberinto del que cuesta salir.
España cuenta con profesionales honestos, jueces y fiscales que trabajan con rigor, pero ese compromiso individual no basta si la estructura se encuentra dañada por dinámicas que la desvían de su camino. Mientras la justicia no sea completamente independiente, mientras los nombramientos sigan teñidos de colores políticos, mientras se dé más importancia al alineamiento que al análisis, seguirá existiendo el riesgo de que decisiones cruciales se tomen sin escuchar plenamente a quienes sostienen la verdad, aunque sean minoría.
Y es en ese punto donde muchos ciudadanos sienten una mezcla de tristeza e indignación: porque la justicia que debería protegerlos parece, a veces, alejarse de ellos. Recuperar la confianza no será fácil, pero empieza por un principio sencillo y profundo: que la verdad, aunque esté en minoría, debe ser escuchada, respetada y protegida. Solo entonces la justicia volverá a ser lo que siempre debería haber sido: un lugar donde nadie está solo, donde no gana la mayoría, sino la verdad.


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