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miércoles, julio 23, 2025

LA CASA QUE ARDE Y LA HUMANIDAD QUE DUERME

COSAS DE GELY

LA CASA QUE ARDE Y LA HUMANIDAD QUE DUERME

La casa que arde y la humanidad que duerme

Hace tiempo que algo no anda bien. Lo sentimos en la piel cuando el sol cae más fuerte, lo oimos en las noticias cuando las lluvias ya no son lluvia sino torrente, y lo vivimos cuando el calendario nos dice que es invierno, pero el calor no se va. La casa que habitamos, nuestro único hogar, está cambiando. Y no es un capricho de la naturaleza. Es el resultado de años —siglos— de hacer como si todo fuera infinito.

Esta casa, la Tierra, nos ha dado todo sin pedir nada. Aire, agua, alimento, belleza, refugio. Ha sido generosa. Pero nosotros, como huéspedes insaciables, rompimos sus ritmos, alteramos su clima, y ahora se tambalea. Ya no es una advertencia futura: estamos viviendo el cambio climático. Las temperaturas se disparan, los océanos suben, los glaciares desaparecen. El equilibrio se rompe, y con él, nuestra tranquilidad.

Algunos aún lo llaman exageración. Otros cierran los ojos para no ver. Pero la ciencia habla claro, y no con gritos, sino con datos. La Tierra se ha calentado más de un grado en apenas un siglo, y si no cambiamos el rumbo, pronto cruzaremos el umbral de los 1,5 grados. Eso, aunque parezca poco, es suficiente para que las tormentas se hagan más violentas, las cosechas más frágiles, los incendios más imparables y muchas zonas dejen de ser habitables. No es el fin del planeta, pero puede ser nuestro fin.

Porque la Tierra puede regenerarse. Ella tiene el tiempo, tiene la paciencia, tiene el poder. Pero nosotros no. Nosotros sí podemos desaparecer. Y no por castigo divino ni por accidente, sino por nuestra propia mano. Por haber olvidado que somos parte del todo, pero dueños de nada.

¿Hay esperanza? Sí, pero no es automática. No basta con desear un mundo mejor. Hay que construirlo. Y eso significa, actuar hoy juntos. Cambiar cómo vivimos, cómo consumimos, cómo nos movemos, cómo decidimos. Porque esta no es tarea de unos pocos iluminados ni de expertos encerrados en laboratorios. Esta es una responsabilidad común. Es de todos. No hay nadie fuera del mapa del clima. El aire no tiene fronteras, el agua no distingue pasaportes, el calor no respeta ideologías.

Cada uno puede hacer algo: consumir con conciencia, apoyar la energía limpia, exigir a quienes gobiernan que dejen de financiar lo que nos destruye. Cuidar, compartir, elegir. Y sobre todo, dejar de pensar que es tarde o que no sirve. Porque lo único inútil es no hacer nada.

Pero hay algo más que amenaza este esfuerzo colectivo: el negacionismo disfrazado de escepticismo, y la avaricia de quienes aún se enriquecen con lo que nos empobrece a todos. Son pocos, pero ruidosos. Son poderosos, pero no invencibles. Venden humo, literalmente, y nos quieren hacer creer que nada está pasando. Mientras tanto, siguen talando, perforando, quemando. No porque no sepan, sino porque no les importa. Y si les dejamos, nos arrastrarán con ellos hacia un futuro sin futuro.

No podemos permitirlo.

Porque si esta historia termina mal, no será porque no lo sabíamos. Será porque lo supimos… y no hicimos nada
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