martes, septiembre 16, 2025

CARTA DE ALBERT EINSTEIN AL FILÓSOFO ERIC GUTKIND

COSAS DE GELY

CARTA DE EINSTEIN AL FILÓSOFO  ERIC GUTKIND

En la carta escrita por Albert Einstein el 3 de enero de 1954, en respuesta al filósofo Eric Gutkind, se revelan de manera directa y sincera sus verdaderas ideas sobre Dios, la religión y el judaísmo. Aunque el tono es respetuoso, no oculta su firme desacuerdo con las ideas religiosas propuestas por Gutkind. Esta carta se ha hecho famosa justamente porque, con pocas palabras, pero con gran claridad, Einstein dejó constancia escrita de su pensamiento religioso, filosófico y moral.

Einstein comienza agradeciendo a Gutkind por el libro que le envió, el cual leyó por la insistente recomendación de un conocido mutuo, Brouwer. El libro en cuestión, "Choose Life: The Biblical Call to Revolt" (Elige la vida: El llamado bíblico a la rebelión), es una obra que mezcla pensamiento filosófico, religioso y existencial, donde Gutkind invita a recuperar los valores espirituales del mensaje bíblico como un llamado a una transformación ética del ser humano. Para él, el judaísmo representa una fuerza revolucionaria que se opone al materialismo moderno y al conformismo. Es un texto que reivindica la Biblia como un instrumento de liberación y una fuente de verdad moral profunda.

Einstein reconoce que hay un terreno común entre ambos, en particular en su visión sobre la vida, la libertad del ser humano y la necesidad de una actitud más noble, más humana, en nuestra existencia. Pero desde ese punto de acuerdo superficial, Einstein pasa rápidamente a marcar las diferencias de fondo. Esas diferencias giran, sobre todo, en torno a la religión, la idea de Dios y la percepción del pueblo judío como elegido o especial.

Einstein afirma, sin rodeos, que la palabra “Dios” no significa para él nada más que una creación humana. No habla de un rechazo emocional, sino de una observación racional: considera que la idea de Dios nace de la debilidad del ser humano, de su miedo, de su necesidad de encontrar sentido o consuelo frente a lo desconocido. En otras palabras, para Einstein, Dios no es un ser real que actúa o guía el mundo, sino una invención nacida de la fragilidad humana. No hay, según él, una interpretación por más sutil o refinada que sea que logre cambiar esa percepción suya.

La Biblia, desde su punto de vista, tampoco es un texto sagrado dictado por Dios. Más bien la ve como una colección de relatos antiguos, que, si bien pueden tener cierto valor moral o cultural, son productos de una mentalidad primitiva. Usa palabras como “venerables” y “honorables” para referirse a estas leyendas, lo que indica cierto respeto por su antigüedad o por su influencia histórica, pero deja claro que no les atribuye ningún tipo de verdad literal o divina. En definitiva, para Einstein, la religión no es un camino hacia la verdad, sino una forma primitiva de explicar el mundo, una superstición que en su época moderna debería ser superada por la razón y el conocimiento.

Al hablar del judaísmo, Einstein muestra una relación compleja. Él se identifica como judío —incluso dice sentirse orgulloso de pertenecer al pueblo judío— y reconoce una afinidad cultural e intelectual con su gente. Pero aclara que esto no implica ningún tipo de superioridad. Niega rotundamente que el pueblo judío sea “elegido” o posea cualidades especiales. Según él, los judíos no son mejores ni peores que otros grupos humanos. Lo único que, en su experiencia, los ha librado de cometer abusos o de caer en las peores formas de poder, es el hecho de que históricamente han sido un pueblo sin poder político. Es decir, si no han oprimido, no es por virtud especial, sino porque no han tenido la oportunidad de hacerlo. Esta afirmación puede sonar dura, pero refleja el pensamiento profundamente igualitario y escéptico de Einstein respecto a cualquier forma de nacionalismo o etnocentrismo.

Una de las críticas más importantes que hace en la carta está dirigida al orgullo y al sentimiento de superioridad que, según él, Gutkind muestra en su libro. Lo acusa de haber construido dos “muros” de orgullo: uno como hombre (es decir, por pertenecer a la especie humana), y otro como judío. El primero lo describe como una pretensión de estar por encima de la causalidad, como si el ser humano fuera una excepción dentro del orden natural del universo. El segundo, como una defensa del monoteísmo como algo superior frente a otras creencias. Einstein considera que ambos muros son autoengaños. Cree que al proclamarnos especiales o superiores, ya sea como humanos o como pueblo, no avanzamos moralmente, sino que nos cerramos al verdadero entendimiento.

En esta parte de la carta, menciona con admiración a Baruch Spinoza, un filósofo que fue excomulgado del judaísmo en el siglo XVII por sostener ideas radicalmente racionalistas. Spinoza no creía en un Dios personal, sino en una idea de Dios equivalente a la Naturaleza: un orden racional que gobierna el universo sin voluntad ni propósito. Para Einstein, Spinoza representa una figura admirable que entendió que no podemos hablar de causalidad a medias, ni de un Dios que actúa como un ser humano con emociones y decisiones. En este sentido, Einstein adopta una postura muy cercana al panteísmo de Spinoza: no niega lo sagrado, pero lo identifica con el misterio impersonal del universo, no con un creador personal.

Por último, Einstein reconoce que, aunque sus ideas intelectuales difieren mucho de las de Gutkind, comparten valores importantes, sobre todo en lo que respecta al comportamiento humano. Es decir, aunque no comparten la misma “racionalización” (como diría Freud), sí coinciden en ciertas actitudes éticas y en su preocupación por el destino del ser humano. Cree que podrían entenderse bien sobre cosas concretas, lo que demuestra su apertura al diálogo y su respeto por las personas, incluso cuando discrepa con ellas profundamente en lo ideológico.

Esta carta no es un ataque a la religión por capricho, ni una burla, ni un acto de arrogancia intelectual. Es más bien una defensa de la libertad de pensamiento, de la honestidad intelectual y del valor de la razón. Einstein no rechaza la espiritualidad entendida como admiración por el universo, pero sí se opone a las creencias que parten del miedo, de la tradición incuestionable o de la idea de superioridad moral. Para él, lo sagrado está en la armonía del cosmos, en la belleza de las leyes naturales, no en los libros sagrados ni en las afirmaciones de fe. Su pensamiento no es el de un ateo militante que quiere destruir la religión, sino el de un pensador profundamente ético que busca una forma de vivir que no dependa de ilusiones.

En resumen, Einstein en esta carta se muestra como un hombre profundamente racional, ético, libre de dogmas, y muy consciente del valor de la humildad intelectual. Cree en el poder de la razón, en la belleza del universo, y en el deber de los seres humanos de construir una moral sin necesidad de apelar a lo sobrenatural. Esta carta es, más que una negación de Dios, una afirmación del valor humano, de la razón y del pensamiento libre.



 

 

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