COSAS DE GELY
EL SILENCIO DEL UNIVERSO Y LA ÚLTIMA VERDAD
"El Silencio del Universo"
Hay momentos en los que la vastedad del cielo parece hablar por sí misma, una inmensidad tan profunda que consume la mente humana en su intento por comprenderla. El ser humano, en su búsqueda incansable de respuestas, se enfrenta a la paradoja de lo conocido y lo desconocido. Mirando al cielo, el vacío no solo es espacio, sino también un recordatorio de lo poco que realmente sabemos.
Desde el principio de los tiempos, la humanidad ha intentado hallar un origen, un propósito que diera sentido a la vida y a la existencia. Se han levantado teorías, se han forjado religiones, se han escrito libros llenos de promesas y certezas. Pero en el fondo, una pregunta persiste: ¿por qué estamos aquí? ¿Qué propósito tiene el ser humano en un universo tan grande, tan imponente, tan distante de todo lo que conocemos?
La idea de un ser supremo, de un "Dios" que dirige los hilos del destino humano, ha sido la respuesta que muchos han encontrado a esta pregunta. Pero con el paso del tiempo, y al observar el sufrimiento, la injusticia y el caos del mundo, esa respuesta empieza a desdibujarse. Si existe tal ser, ¿por qué permite tanto dolor? ¿Por qué tanta oscuridad en medio de lo que podría haber sido un mundo perfecto? La fe ciega, aquella que confía sin cuestionar, choca con la realidad de un planeta plagado de contradicciones.
Y, sin embargo, el misterio sigue allí. La vastedad del universo no necesita una respuesta concreta; en su inmensidad, contiene todas las preguntas que el ser humano ha formulado y todas las que aún no se ha atrevido a hacer. Cada estrella, cada galaxia, cada rincón del espacio nos recuerda la insignificancia de nuestra comprensión, pero también nuestra capacidad infinita de preguntarnos.
Tal vez el origen de todo es una cuestión que jamás encontraremos. Tal vez nunca sabremos de dónde venimos ni por qué estamos aquí. Pero lo que es indiscutible es que, en medio de esa incertidumbre, el acto de preguntarse es lo único que nos conecta con la esencia misma del universo. No es la respuesta lo que define nuestra existencia, sino la búsqueda.
El silencio del cosmos es profundo, y la respuesta nunca llegará en una forma que pueda ser completamente comprendida. La humanidad, al final, no necesita la respuesta a todas las preguntas, sino la libertad de seguir preguntando. Es en la búsqueda constante, en el enfrentamiento con el misterio, donde reside la verdadera esencia de la vida.
Hay momentos en los que la vastedad del cielo parece hablar por sí misma, una inmensidad tan profunda que consume la mente humana en su intento por comprenderla. El ser humano, en su búsqueda incansable de respuestas, se enfrenta a la paradoja de lo conocido y lo desconocido. Mirando al cielo, el vacío no solo es espacio, sino también un recordatorio de lo poco que realmente sabemos.
Desde el principio de los tiempos, la humanidad ha intentado hallar un origen, un propósito que diera sentido a la vida y a la existencia. Se han levantado teorías, se han forjado religiones, se han escrito libros llenos de promesas y certezas. Pero en el fondo, una pregunta persiste: ¿por qué estamos aquí? ¿Qué propósito tiene el ser humano en un universo tan grande, tan imponente, tan distante de todo lo que conocemos?
La idea de un ser supremo, de un "Dios" que dirige los hilos del destino humano, ha sido la respuesta que muchos han encontrado a esta pregunta. Pero con el paso del tiempo, y al observar el sufrimiento, la injusticia y el caos del mundo, esa respuesta empieza a desdibujarse. Si existe tal ser, ¿por qué permite tanto dolor? ¿Por qué tanta oscuridad en medio de lo que podría haber sido un mundo perfecto? La fe ciega, aquella que confía sin cuestionar, choca con la realidad de un planeta plagado de contradicciones.
Y, sin embargo, el misterio sigue allí. La vastedad del universo no necesita una respuesta concreta; en su inmensidad, contiene todas las preguntas que el ser humano ha formulado y todas las que aún no se ha atrevido a hacer. Cada estrella, cada galaxia, cada rincón del espacio nos recuerda la insignificancia de nuestra comprensión, pero también nuestra capacidad infinita de preguntarnos.
Tal vez el origen de todo es una cuestión que jamás encontraremos. Tal vez nunca sabremos de dónde venimos ni por qué estamos aquí. Pero lo que es indiscutible es que, en medio de esa incertidumbre, el acto de preguntarse es lo único que nos conecta con la esencia misma del universo. No es la respuesta lo que define nuestra existencia, sino la búsqueda.
El silencio del cosmos es profundo, y la respuesta nunca llegará en una forma que pueda ser completamente comprendida. La humanidad, al final, no necesita la respuesta a todas las preguntas, sino la libertad de seguir preguntando. Es en la búsqueda constante, en el enfrentamiento con el misterio, donde reside la verdadera esencia de la vida.
"La Última Verdad"
Al final, lo que se impone, más allá de toda especulación, es una certeza aterradora: no sabemos nada. Las respuestas que buscamos se nos escurren entre los dedos como arena fina, y las preguntas siguen multiplicándose en la vastedad del cosmos, más y más inabarcables. La historia humana, en su afán de encontrar un origen, un sentido, ha sido un constante intento por llenar ese vacío de conocimiento. Pero al final, lo único evidente es nuestra propia ignorancia.
Y si existe alguna verdad que podamos señalar, es que la oscuridad de la mente humana parece crecer con el tiempo. Donde antes buscábamos respuestas en la luz de las estrellas, hoy la luz parece apagarse, mientras los ecos de la maldad y el egoísmo resuenan más fuerte en cada rincón del planeta. La maldad no es solo la acción de unos pocos, sino la manifestación de un mal más profundo que se extiende en cada acto de indiferencia, de injusticia, y desdén por el otro.
La verdad última es esta: no sabemos de dónde venimos ni adónde vamos. Lo que realmente vemos con claridad es la naturaleza de los hombres, tan proclives al error, a la violencia y al desdén. Y, en ese vacío de certezas, lo único que podemos hacer es seguir caminando, conscientes de nuestra finita comprensión y del largo trecho que aún queda por recorrer. Quizás, en algún punto de ese camino, descubramos que lo único real en nuestra búsqueda, en este asqueroso mundo cargado de maldad y de egoísmo, es seguir inclinándonos ante nuestro único y verdadero Dios, el dinero.
Al final, lo que se impone, más allá de toda especulación, es una certeza aterradora: no sabemos nada. Las respuestas que buscamos se nos escurren entre los dedos como arena fina, y las preguntas siguen multiplicándose en la vastedad del cosmos, más y más inabarcables. La historia humana, en su afán de encontrar un origen, un sentido, ha sido un constante intento por llenar ese vacío de conocimiento. Pero al final, lo único evidente es nuestra propia ignorancia.
Y si existe alguna verdad que podamos señalar, es que la oscuridad de la mente humana parece crecer con el tiempo. Donde antes buscábamos respuestas en la luz de las estrellas, hoy la luz parece apagarse, mientras los ecos de la maldad y el egoísmo resuenan más fuerte en cada rincón del planeta. La maldad no es solo la acción de unos pocos, sino la manifestación de un mal más profundo que se extiende en cada acto de indiferencia, de injusticia, y desdén por el otro.
La verdad última es esta: no sabemos de dónde venimos ni adónde vamos. Lo que realmente vemos con claridad es la naturaleza de los hombres, tan proclives al error, a la violencia y al desdén. Y, en ese vacío de certezas, lo único que podemos hacer es seguir caminando, conscientes de nuestra finita comprensión y del largo trecho que aún queda por recorrer. Quizás, en algún punto de ese camino, descubramos que lo único real en nuestra búsqueda, en este asqueroso mundo cargado de maldad y de egoísmo, es seguir inclinándonos ante nuestro único y verdadero Dios, el dinero.
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