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domingo, febrero 20, 2022

LOS POZOS DE RAYAN Y JULEN

COSAS DE GELY

Leila Guerreiro: Buenos Aires

Hace unos días estaba en Cartagena, Colombia. Trabajé, cené frente al mar, leí, caminé calles gobernadas por la humedad esponjosa del Caribe. Mientras, a miles de kilómetros de allí, en una aldea de Marruecos llamada Egrán, un niño había caído en un pozo y estaba enterrado vivo. Tenía cinco años. Es edad suficiente para que alguien se dé cuenta de lo que le pasa: que está atrapado, que no puede salir. No es que sea mejor caer a un pozo con un año o dos, pero a los cinco un niño ha tenido una cantidad de pesadillas y de buenos sueños, ha experimentado el pánico y la alegría, tiene una idea lejana de la muerte: sabe que existe. 

¿Qué piensa un niño de cinco años durante sus primeras horas en un pozo, cuando nadie sabe que está allí? ¿Qué piensa después, cuando finalmente lo encuentran; qué cuando escucha los gritos de los rescatistas y el ruido de la retroexcavadora? Este niño gritaba. Gritaba: “Sáquenme de aquí”. El pozo en el que cayó había sido cavado por su padre que intentaba, infructuosamente, sacar agua de él desde hacía años. Lo había tapado de manera precaria y, al parecer, el niño lo destapó mientras jugaba. 

La familia vive en una zona extremadamente pobre donde se cultiva cannabis, atravesada desde hace años, como buena parte de Marruecos, por una sequía brutal. En 2015, el rey, Mohamed VI ordenó que en todas las mezquitas del país se rezara pidiendo la lluvia. En 2017 la orden se reiteró, pero tampoco entonces hubo éxito. Ese mismo año, quince mujeres murieron aplastadas en el pueblo de Sidi Bulaalam, una zona que llevaba una década de sequía y, por tanto, de hambruna, cuando decenas de personas se abalanzaron sobre los diez kilos de harina, los dos litros de aceite, los tres paquetes de té, los cuatro kilos de azúcar y los cinco de arroz que repartía un mecenas del lugar. 

Mientras yo caminaba por Cartagena, seguía el caso del niño enterrado y los esfuerzos por desenterrarlo y pensaba: ¿se dice a sí mismo un niño de cinco años: “Si no hubiera destapado el pozo, si no me hubiera acercado tanto”? ¿O es sólo carne y terror sin pensamientos? Cuatro días y algunas horas después de haber caído en el pozo, el niño salió. Salió muerto. Junto a su casa quedó un socavón gigante, producto de las excavaciones que se hicieron para rescatarlo, que podría tragarse a todo Egrán. Aunque es improbable que eso suceda, a Egrán, al niño y a la siniestra sucesión de cosas que llevaron a este desenlace –pobreza, alteración del clima, ausencia del estado- en breve se los habrá tragado algo mucho más eficaz que la tierra: el olvido.

Julen Roselló fue un el niño español de dos años que al igual que Rayan cayó en un pozo en Málaga el domingo 13 de enero de 2019, fue hallado muerto, nada se pudo hacer por salvarle la vida pese a los doce días y once horas que duró su rescate.

El pozo donde se encontraba Julen tenía cerca de 25 centímetros de ancho y  110 metros de profundidad. Más de 300 personas participaron en las labores de rescate.

 


 

Gely Sastre