domingo, diciembre 21, 2025

LA CONCIENCIA LA MALA CONCIENCIA Y EL EQUILIBRIO ENTRE EL BIEN Y EL MAL

COSAS DE GELY 

LA CONCIENCIA LA MALA CONCIENCIA Y EL EQUILIBRIO ENTRE EL BIEN Y EL MAL  

El ser humano vive en una búsqueda constante de equilibrio. Desde muy temprano aprende a distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, y a esa capacidad se la llama conciencia. Es esa voz interior que orienta, que advierte, que invita a actuar con justicia y coherencia. Pero esa misma voz no siempre es serena. A veces se vuelve inquieta, pesada, y entonces aparece la mala conciencia: el sentimiento de culpa, el remordimiento que nace cuando se percibe que se ha fallado, que se ha herido o que se ha actuado en contra de los propios valores.

Conciencia y mala conciencia no son opuestas en el sentido de enemigas, sino partes de un mismo proceso interior. Se relacionan entre sí del mismo modo que el Yin y el Yang, en la filosofía china: una no puede existir sin la otra. En cada acto considerado bueno hay una sombra de duda, y en cada error hay una posibilidad de aprendizaje. Luz y oscuridad conviven dentro de la misma persona, recordándole que es humana, no perfecta.

Esta convivencia, sin embargo, no siempre es pacífica. El ser humano suele vivir en una lucha interna constante entre lo que piensa y lo que hace, entre lo que siente y lo que cree que debería sentir. Gran parte de esta lucha nace de las inseguridades. El miedo a no ser suficiente, a equivocarse, a no cumplir con las expectativas propias o ajenas, alimenta un diálogo interno duro y exigente. La persona se convierte así en su juez más severo.

Las inseguridades distorsionan la conciencia. No permiten verla como una guía, sino como un reproche continuo. La mala conciencia deja de ser una señal para reflexionar y se transforma en un peso que paraliza. Se revive el pasado, se exageran los errores y se olvida que equivocarse es parte natural del camino. En ese estado, la persona no lucha contra lo que ha hecho, sino contra lo que es.

Y, sin embargo, esa misma lucha tiene un sentido. La incomodidad interior revela que hay valores, que hay sensibilidad, que hay una ética viva. La mala conciencia no aparece en quien no siente, sino en quien se preocupa. Del mismo modo, la inseguridad no siempre es debilidad; muchas veces es la puerta al autoconocimiento, al crecimiento y a la empatía.

El verdadero conflicto no está en tener luz y sombra, sino en no aceptarlas. Cuando el ser humano comprende que no puede ser coherente todo el tiempo, que no puede hacerlo todo bien y que no puede vivir sin contradicciones, algo se suaviza en su interior. La conciencia se vuelve más humana y la mala conciencia más comprensiva. El Yin y el Yang dejan de pelear y empiezan a equilibrarse.

Aceptar la imperfección no significa rendirse, sino reconciliarse con la propia condición humana. Significa entender que la lucha interna no es un error, sino una señal de vida. Que las inseguridades no definen, pero enseñan. Y que, entre el bien y el mal, entre la certeza y la duda, entre la calma y el remordimiento, se construye la experiencia de ser humano.

En ese equilibrio imperfecto, frágil y cambiante, es donde la persona empieza a vivir con más verdad, con más compasión hacia sí misma y hacia los demás. Porque al final, vivir no es elegir solo la luz, sino aprender a caminar con dignidad entre la luz y la sombra.






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