miércoles, agosto 13, 2025

LA TIERRA EN LA CUERDA FLOJA

COSAS DE GELY

LA TIERRA EN LA CUERDA FLOJA

Queridos lectores:
 
Hoy quiero compartir con vosotros un texto que nace desde la preocupación más profunda por el rumbo que está tomando nuestro mundo. No es una exageración decir que el planeta está al límite. El cambio climático ya no es un problema del futuro: es el presente que vivimos, y sin embargo, seguimos actuando como si no pasara nada. Este relato que os presento busca remover conciencias, abrir los ojos y, ojalá, provocar reflexión y acción. Porque no queda tiempo. Porque ya no podemos permitirnos la comodidad de mirar hacia otro lado. 

La catástrofe ya está aquí

El cambio climático ya no es una amenaza futura. Es una catástrofe en curso. Está ocurriendo ahora mismo, delante de nuestros ojos, en cada ola de calor abrasadora que rompe récords históricos, en cada sequía prolongada que deja campos yermos, en cada incendio forestal que reduce bosques a cenizas, en cada gota fría que arrasa ciudades enteras. España lo sabe bien: los veranos son cada vez más insoportables, los inviernos más secos, los recursos hídricos cada vez más escasos y la desertificación avanza implacable. Las cifras son claras, las evidencias abrumadoras. Pero algo sigue sin encajar: el mundo, y en especial quienes tienen el poder de actuar, no están reaccionando como si su propia casa estuviera ardiendo. Y lo está.

Durante décadas, la comunidad científica ha dado la voz de alarma. Estudios, informes, cumbres, conferencias: la ciencia ha sido persistente, incluso extenuante en su esfuerzo por demostrar, con datos, que el modelo actual de desarrollo, de consumo, de movilidad, de economía, es incompatible con la supervivencia del planeta tal y como lo conocemos. Y sin embargo, esas advertencias han sido recibidas con escepticismo, con lentitud, con desinterés o con una hostilidad abierta por parte de muchas autoridades, especialmente aquellas que se sitúan en la derecha política, donde el negacionismo climático ha encontrado terreno fértil. En lugar de liderar con valentía una transición necesaria, muchos han optado por el cortoplacismo, por la comodidad de no tocar intereses, por evitar decisiones impopulares que podrían afectar su reelección. Se ha preferido mirar hacia otro lado, como si ignorar el incendio sirviera de algo cuando las llamas ya están aquí.

Mientras tanto, la ciudadanía también carga con su parte de responsabilidad. Aunque hay conciencias despiertas, colectivos activos, movimientos sociales firmes, la mayoría sigue atrapada en una rutina de negación suave, de indiferencia disfrazada de impotencia. Y, en muchos casos, se priorizan los caprichos, el confort inmediato, la satisfacción personal. Se viaja como nunca antes en la historia: vuelos de bajo coste para fines de semana en ciudades europeas, vacaciones internacionales varias veces al año, coches privados para trayectos innecesarios, cruceros de placer que contaminan como miles de coches juntos. Se celebra la globalización sin asumir su coste ambiental: el transporte masivo de mercancías desde cualquier parte del mundo implica barcos gigantescos que emiten gases letales, aviones de carga, redes de distribución que recorren el planeta sin tregua. Se importan alimentos que podrían cultivarse localmente, se consumen productos empaquetados en plástico que han recorrido miles de kilómetros para llegar a una estantería. Todo se mueve. Todo viaja. Todo contamina.

Y nadie, absolutamente nadie, pone freno real a esta locura. Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen creciendo. Las promesas de reducción se incumplen sistemáticamente. La transición energética es lenta, insuficiente, y muchas veces apenas una operación de maquillaje verde. Los gobiernos permiten, e incluso incentivan, la venta de más coches, la ampliación de aeropuertos, el aumento de las rutas de cruceros. Las leyes que limitan el uso de combustibles fósiles llegan tarde o mal, si es que llegan. Y cuando se proponen medidas mínimas —como zonas de bajas emisiones en las ciudades o la limitación del tráfico—, la respuesta es una protesta furibunda, una resistencia férrea de quienes se niegan a renunciar a su “modo de vida”, aunque ese modo de vida esté destruyendo el único planeta habitable que tenemos.

Ya no queda tiempo. Esta es la verdad incómoda que nadie quiere escuchar. No es una cuestión de futuro, sino de presente. Los cambios en el clima están desestabilizando los ecosistemas, arruinando cosechas, desplazando a millones de personas, aumentando los conflictos por recursos. Cada décima de grado que sube la temperatura global trae consecuencias irreversibles: pérdida de biodiversidad, acidificación de los océanos, derretimiento de los polos, aumento del nivel del mar, fenómenos climáticos extremos. No se trata de salvar el planeta en abstracto: se trata de salvar las condiciones que hacen posible la vida humana tal como la conocemos.

Frente a esta urgencia, las medidas necesarias son claras, aunque políticamente difíciles. Se deben restringir drásticamente los vuelos innecesarios. Se debe desincentivar el uso del vehículo privado, fomentando el transporte público, la bicicleta, y el urbanismo sostenible. Hay que cerrar progresivamente los aeropuertos pequeños, limitar los cruceros, gravar los combustibles fósiles hasta hacerlos inviables. Se deben reformar los sistemas económicos para poner la vida, y no el crecimiento, en el centro. Impulsar las energías renovables, pero no como un añadido, sino como la base del nuevo modelo. Apostar por la producción local, por la economía circular, por un consumo responsable que huya del despilfarro y del culto a lo inmediato.

Y sobre todo, se necesita valentía política. Valentía para enfrentar a los lobbies que presionan, para soportar la crítica, para explicar que no hay futuro en el camino actual. Y se necesita también una ciudadanía que deje de pedir soluciones sin querer cambiar nada, que asuma que salvar el clima implica renuncias, implica cambios, implica incomodidades. No hay magia. No hay tecnología que pueda, por sí sola, revertir lo que ya estamos viviendo. Solo queda actuar. Con urgencia. Con profundidad. Con sentido de comunidad.

La globalización nos trajo un espejismo de abundancia sin límites, pero a un coste brutal para el planeta. Ahora, ese espejismo se desvanece, y nos encontramos con una realidad árida, calurosa, hostil, que hemos construido colectivamente. Y aún así, muchos siguen actuando como si nada. Como si el planeta fuera eterno. Como si la comodidad de hoy valiera más que el mañana de nuestros hijos.

Este relato no busca sembrar el miedo por el miedo. Busca sacudir conciencias. Porque, si no despertamos ahora, lo haremos demasiado tarde. Y cuando eso ocurra, no habrá marcha atrás. Ni planeta B. Ni excusas. Solo cenizas y arrepentimiento.     








1 comentario:

Sonsoles dijo...

Querida Gely, mi muy querida y sabia amiga; tengo que suscribir punto por punto todo lo que expresas. Qué fácil haces llegar tus pensamientos a quien quiera escuchar sin prejuicios.
Siempre agradecida a tí, Gely, por tu generosidad al escribir y compartirlo.
Un abrazo sentido y todo mi cariño.

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