sábado, agosto 09, 2025

LA MUJER MALTRATADA Y LO QUE NUNCA SE QUISO VER DE ELLA

COSAS DE GELY

 
LA MUJER MALTRATADA Y LO QUE NUNCA SE QUISO VER DE ELLA

Sentada en este lugar maravilloso tranquilo y relajante, he estado reflexionando sobre nosotras las mujeres y se me ha ocurrido “obsequiaros con la siguiente narración” 

Desde el principio de la historia humana, las mujeres han estado presentes en todos los aspectos fundamentales del desarrollo de la humanidad, pero rara vez han sido reconocidas como protagonistas. No se trata de una queja vacía ni de una postura ideológica, se trata de una realidad constatable. Las mujeres fueron las primeras en cultivar la tierra, en transformar la recolección en agricultura, en transmitir conocimientos de generación en generación cuando la escritura aún no existía. 

Fueron las encargadas de cuidar a los hijos, a los mayores, a los enfermos, de mantener encendido el fuego y de crear herramientas básicas para la vida. Sin embargo, con el paso del tiempo y con el desarrollo de las estructuras sociales dominadas por la fuerza y la jerarquía masculina, su papel fue relegado, negado, e incluso invisibilizado.

En el ámbito del hogar, la discriminación ha sido constante y profundamente normalizada. A las mujeres se les asignó la responsabilidad absoluta del cuidado familiar, de la crianza, de la limpieza, de la cocina, de la estabilidad emocional y social del entorno doméstico. Todo esto sin recibir reconocimiento, salario ni derechos. Incluso en muchos contextos actuales, todavía se considera que las tareas del hogar y el cuidado son “naturales” en las mujeres, mientras que en los hombres son una elección voluntaria. Dentro del matrimonio, han sido durante siglos propiedad legal de sus maridos, sin posibilidad de decisión sobre su cuerpo, su libertad ni su futuro. Aún hoy, en muchos países y culturas, el matrimonio sigue siendo una estructura desigual donde la mujer no tiene poder de decisión real, y donde la violencia se justifica o se ignora en nombre de la tradición o de la religión.

La discriminación religiosa ha sido aún más evidente y brutal. Las grandes religiones institucionalizadas han limitado de forma sistemática el acceso de las mujeres a los espacios de liderazgo, de interpretación sagrada y de poder simbólico. Se les ha exigido obediencia, modestia, sumisión, castidad, silencio. Se les ha negado el derecho a hablar en público, a liderar ceremonias, a ocupar lugares sagrados. En muchas comunidades, aún se cree que la mujer es impura por el simple hecho de menstruar, o que no puede acercarse a lo divino en igualdad con el hombre. En algunas religiones, las mujeres siguen siendo tratadas como propiedad del padre primero y del marido después. Han sido apartadas, castigadas o humilladas por vestirse “de forma inapropiada”, por expresar deseo, por no ser madres, por cuestionar dogmas que solo han sido escritos e interpretados por hombres.

En el campo político, la exclusión no solo ha sido evidente, sino activa. A las mujeres se les negó el derecho al voto durante siglos, y cuando lo consiguieron, su participación fue condicionada, burlada, o utilizada como símbolo de apertura sin concederles verdadero poder. Incluso hoy, en pleno siglo XXI, la representación política femenina en muchos países sigue siendo minoritaria, simbólica o directamente obstaculizada. Las mujeres en política tienen que soportar un nivel de escrutinio personal, estético y moral que sus colegas hombres no sufren. Se les exige que demuestren una capacidad constante, que equilibren fuerza con sensibilidad, que no incomoden demasiado, pero que tampoco se queden calladas. Muchas veces, sus ideas son apropiadas por compañeros varones o desestimadas como emocionales o radicales. Y todo esto ocurre tanto en democracias formales como en regímenes autoritarios.

Lo más doloroso quizás es que la discriminación hacia la mujer no proviene solo de estructuras dominadas por hombres, sino que también es replicada y sostenida por otras mujeres. Muchas veces por miedo, por educación, por dependencia económica o emocional, o simplemente porque ese es el sistema que han aprendido. Se repiten los mismos mandatos, las mismas exigencias, los mismos juicios. Se castiga a las mujeres que rompen con el modelo tradicional, se les acusa de egoístas, de poco femeninas, de exageradas. Se glorifica el sacrificio y se condena la autonomía. Esta complicidad no nace del mal, sino de siglos de condicionamiento. Pero su efecto es real: muchas mujeres han sido dañadas por otras mujeres que también han sido víctimas del mismo sistema.

Y sin embargo, a pesar de todo esto, la historia de la humanidad no puede entenderse sin las mujeres. Su contribución ha sido constante, esencial, y absolutamente subestimada. Han participado en la ciencia, aunque se les negó la educación formal. Han estado en las guerras, aunque los libros de historia apenas las mencionen. Han sido líderes, pensadoras, artistas, aunque sus obras hayan sido firmadas por otros o enterradas por la censura. En las revoluciones, en las resistencias, en las crisis sanitarias, en los movimientos sociales, las mujeres siempre han estado presentes. A menudo como las primeras en actuar, las últimas en recibir reconocimiento, y las más afectadas por las consecuencias.

Todo esto no es pasado. Aún hoy, muchas mujeres viven con miedo, con culpa, con vergüenza que no les pertenece. Aún se les juzga por su cuerpo, por su edad, por su tono de voz, por su maternidad o por su decisión de no ser madres. Aún tienen que justificar sus decisiones, su ambición, su derecho a descansar, a decir que no, a vivir una vida propia. Aún cargan con una doble jornada: la del trabajo y la del hogar. Aún tienen que demostrar que valen, mientras a otros se les supone competentes por el simple hecho de ser hombres.

UNED LA MUJER Y EL FRANQUISMO

No se trata de una guerra de sexos. No se trata de odiar a los hombres, ni de victimizar a las mujeres. Se trata de decir la verdad. De reconocer una injusticia histórica y estructural que ha marcado la vida de millones de personas y que sigue presente, aunque se vista de modernidad. Se trata de abrir los ojos, de cuestionar lo que se considera “natural”, de escuchar las voces que durante siglos fueron calladas.

Las mujeres no necesitan permiso para existir plenamente. No necesitan que se les dé un espacio como si fuera una concesión. Ese espacio ya era suyo. Lo han ocupado siempre. Solo falta que el resto del mundo lo reconozca, lo respete y lo repare.

LA MUJER EN EL FRANQUISMO 

Para finalizar os dejo el siguiente recordatorio. 

En la dictadura franquista en España, cuyos herederos hoy son VOX y el PP, la discriminación hacia las mujeres fue sistemática, institucional y profundamente arraigada en la alianza entre el régimen y la Iglesia Católica. Durante décadas, las mujeres estuvieron sometidas legalmente a la autoridad del marido o del padre. No podían trabajar sin permiso, abrir una cuenta bancaria, ni salir del país sin autorización masculina. La ley las consideraba menores de edad permanentes. La Sección Femenina, brazo femenino del partido único, impuso un modelo de mujer obediente, sumisa, católica, madre abnegada y esposa servicial. La educación fue dirigida a reforzar estos valores, negándoles el acceso a una formación libre y completa. La sexualidad femenina fue reprimida, el divorcio fue prohibido, y cualquier desviación del rol tradicional era castigada moral, social y a veces físicamente. La Iglesia respaldó todo este entramado con un discurso religioso que justificaba la subordinación femenina como voluntad divina. Fue un sistema diseñado para controlar la vida, el cuerpo y el pensamiento de las mujeres. Aunque muchas resistieron en silencio, y otras desde la cultura, la educación o la disidencia política, el daño de aquella etapa aún se arrastra en la memoria de generaciones enteras.

 

POSGUERRA. LA MORAL DEL CONVENTO

Por todo esto (y algunas cosas más) no entiendo como todavía hay mujeres que van a la iglesia, se afilien al PP y a Vox  y les voten, sabiendo cuales son sus orígenes.
 


 

 

 

 

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