La interpretación de Mañana de Carnaval por Zia Hyunsu Shin, basada en la inmortal melodía de Luiz Bonfá, es una experiencia que trasciende la simple ejecución musical. Es una caricia para el alma, un viaje a través de la melancolía y la esperanza que caracterizan esta pieza magistral.
En las manos de Zia Hyunsu Shin, 'Mañana de Carnaval' deja de ser solo una melodía para convertirse en un suspiro, un delicado lamento que se adentra en lo más profundo del corazón y se queda allí, resonando con una belleza que duele de puro gozo.
La violinista coreana no toca las notas; las siente. Cada vibración, cada matiz de su interpretación de Bonfá es un testimonio de su capacidad para conectar con el alma de la música, ofreciéndonos un momento de pura magia y vulnerabilidad.
Una interpretación que nos recuerda por qué la música es el lenguaje universal del alma. Zia Hyunsu Shin captura la esencia agridulce de 'Mañana de Carnaval' con una maestría que toca las fibras más íntimas de nuestro ser.
Es una interpretación que te transporta instantáneamente a un estado de contemplación, donde el tiempo se detiene y solo existe la pureza del sonido del violín, tejiendo una historia de sueños perdidos y amores recordados.
El Diluvio de las Mentiras:
cuando el barro no fue lo peor
La DANA que azotó la Comunidad
Valenciana en octubre de 2024 no fue solo una catástrofe meteorológica. Fue una
tragedia humana, social y política. Las lluvias torrenciales arrasaron hogares,
calles, cultivos y vidas. Pero lo más doloroso para miles de valencianos no fue
el agua: fue el abandono. El abandono por parte de quienes debían protegerlos,
asistirlos y decirles la verdad.
Las imágenes de casas sumergidas,
familias atrapadas, campos devastados y vecinos sacando barro con sus propias
manos dieron la vuelta al país. Y mientras tanto, dos figuras políticas —a
quienes aquí llamaremos Pinochin y Morron— tejían una red de mentiras para
salvar sus cargos, encubrir su negligencia y manipular el relato público.
Advertencias ignoradas
Las instituciones competentes —la
AEMET, la Confederación Hidrográfica del Júcar, Protección Civil— alertaron con
antelación del riesgo extremo. Se sabía lo que venía. Se podía haber actuado.
Pero no se hizo. No se activaron los protocolos adecuados. No se movilizaron
los recursos necesarios. No se protegió a la población.
Morron, responsable directo de la
gestión territorial, ignoró las advertencias. Y cuando la tragedia se consumó,
culpó a las mismas instituciones que habían dado la voz de alarma. Su respuesta
fue errática, tardía y cobarde.
Ayuda rechazada, verdad negada
El Gobierno central ofreció ayuda
física inmediata. Se aprobó un paquete de 8.000 millones de euros en ayudas,
con otros 8.000 millones adicionales comprometidos para cuando se agotaran los
primeros fondos. El Ministerio para la Transición Ecológica confirmó que no se
rechazó ni una sola petición de ayuda y que la inversión superó los 1.200
millones de euros en reconstrucción.
Pero Pinochin y Morron negaron
todo. Dijeron que “no ha llegado ni un euro”, que “nos han abandonado”, que “no
tenemos medios”. Mintieron. Mintieron en ruedas de prensa, en entrevistas, en
redes sociales. Cambiaron su relato una y otra vez, contradiciéndose entre sí y
con los datos oficiales. La Generalitat llegó a acusar al Gobierno de “inflar
cifras” mientras mantenía una deuda de 565 millones con las familias afectadas.
El sufrimiento de los
damnificados
Las víctimas no solo perdieron
sus casas. Perdieron su confianza en las instituciones. Fueron humilladas por
la indiferencia, la manipulación y el cinismo. Organizaron más de una docena de
manifestaciones exigiendo explicaciones, dimisiones y justicia. Lo que
recibieron fueron evasivas, discursos vacíos y una guerra política que usó su
dolor como escudo.
Muchos siguen esperando.
Esperando ayudas que se prometieron y no llegaron. Esperando obras hidráulicas
que podrían evitar otra tragedia. Esperando que alguien les mire a los ojos y
les diga: “Fallamos. Lo sentimos. Vamos a reparar el daño.”
No merecemos esto
La ciudadanía no merece ser
gobernada por personajes como Pinochin y Morron. No por sus nombres, sino por
lo que representan: la mentira como estrategia, el encubrimiento como
herramienta, y la falta de escrúpulos como norma. Porque cuando el barro se
seca, lo que permanece es la memoria. Y en esa memoria, el pueblo valenciano
recordará quién estuvo a su lado… y quién se escondió detrás de un micrófono.
Esta entrada no es solo una
denuncia. Es un acto de memoria. Es un grito por justicia. Es un recordatorio
de que la verdad importa, que la gestión pública tiene consecuencias, y que el
dolor de las víctimas no puede ser silenciado por titulares manipulados.
En los últimos meses, tres nombres propios han copado titulares por su gestión de crisis que han marcado profundamente a la sociedad española: Isabel Díaz Ayuso, Carlos Mazón y Juan Manuel Moreno Bonilla. Tres líderes autonómicos pertenecientes al Partido Popular, tres contextos distintos, pero una misma constante: la polémica por la gestión de lo público en momentos de máxima vulnerabilidad.
Ayuso y las residencias de ancianos durante la pandemia Covid. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha vuelto al centro del debate, tras conocerse que ya son 143 las causas judiciales archivadas relacionadas con los protocolos de derivación hospitalaria, durante la primera ola del COVID-19. Aunque la Audiencia Provincial ha considerado que “se hizo todo lo humanamente posible”, las cifras siguen siendo estremecedoras: más de 7.000 mayores fallecieron en residencias madrileñas entre marzo y mayo de 2020, muchos sin recibir atención médica adecuada. La sombra de los llamados “protocolos de la vergüenza” sigue proyectándose sobre la gestión de Ayuso, pese al cierre judicial de los casos.
Carlos Mazón y la DANA que arrasó Valencia Un año después de la devastadora DANA que dejó 229 muertos en la Comunidad Valenciana, el presidente Carlos Mazón enfrenta una creciente presión política y judicial. Las protestas ciudadanas no han cesado, y la oposición le acusa de falta de previsión y de no asumir responsabilidades. La jueza que investiga la tragedia ha solicitado incluso el listado de llamadas del presidente durante las horas críticas del desastre. Mientras tanto, Mazón ha reconocido que “hubo cosas que debieron funcionar mejor “, pero su gestión sigue siendo objeto de duras críticas.
Moreno Bonilla y el escándalo del cribado de cáncer de mama En Andalucía, la sanidad pública atraviesa una de sus mayores crisis tras revelarse fallos masivos en el sistema de cribado del cáncer de mama, que habrían afectado a más de 2.000 mujeres. La falta de comunicación de resultados sospechosos y los retrasos en las revisiones han generado una ola de indignación social. Miles de personas se han manifestado en Sevilla exigiendo la dimisión de Moreno Bonilla y una investigación a fondo. Sin embargo, el PP andaluz ha bloqueado la creación de una comisión parlamentaria para esclarecer los hechos.
Estos tres casos reflejan una preocupante tendencia: la gestión de las crisis desde el poder político no siempre va de la mano de la transparencia, la responsabilidad o la empatía. En un país donde la salud y la vida de los ciudadanos deberían ser la prioridad, la rendición de cuentas no puede quedar archivada.
Este post va dirigido, a todos aquellos que sientan interés y se atrevan a mirar de frente temas tan complejos y delicados como este. A aquellos que quieran entender el funcionamiento del poder, sus sombras y sus consecuencias. Con este post, mi única intención es ayudar a ver con más claridad lo que hay detrás del fascismo. Si con esta entrada logro aclarar las ideas a alguien, escribir este texto habrá valido la pena.
AUDIOLIBRO- Fascismo por Madeleine Albright Resumen de 15 minutos
El fascismo no es solo una ideología del pasado, ni un recuerdo lejano de guerras y dictaduras. Es una amenaza que, aunque disfrazada de nuevas formas, sigue viva en discursos, partidos y movimientos que apelan al miedo, al odio y a la exclusión. Surgió en Europa tras la Primera Guerra Mundial, cuando el caos social y económico permitió que líderes como Benito Mussolini en Italia y Adolf Hitler en Alemania, impusieran regímenes totalitarios. Bajo su mando, millones de personas fueron perseguidas, encarceladas y asesinadas. El Holocausto, la Segunda Guerra Mundial y la represión brutal en países como España bajo el franquismo, son testimonio de lo que ocurre cuando el fascismo toma el poder. En España, el régimen de Francisco Franco instauró una dictadura que duró casi cuatro décadas, eliminando partidos políticos, censurando la prensa, persiguiendo a disidentes y reprimiendo a minorías culturales y lingüísticas.
DOCUMENTAL EL SILENCIO DE OTROS
Hoy, aunque pocos se autodenominan fascistas, existen partidos y grupos que comparten sus rasgos: ultranacionalismo, xenofobia, autoritarismo, negación de derechos civiles, odio hacia las minorías y desprecio por la diversidad. En España, Vox ha sido señalado por sectores académicos y sociales por promover ideas que recuerdan al franquismo, y últimamente, el PP parece seguir sus pasos. En Europa, partidos como Alternativa para Alemania (AfD), Jobbik en Hungría, Aurora Dorada en Grecia, el Frente Nacional (ahora Agrupación Nacional) en Francia, Liga en Italia, Demócratas de Suecia, el Partido Popular Danés, Vlaams Belang en Bélgica y el Partido Nacional Británico han sido acusados de fomentar discursos excluyentes y violentos. En América, grupos como Proud Boys, Oath Keepers y America First en Estados Unidos han sido vinculados al supremacismo blanco, el autoritarismo y la violencia política. El presidente Donald Trump ha sido acusado por diversos sectores de debilitar las instituciones democráticas, alentar el odio racial y socavar el Estado de derecho. Su reelección ha intensificado el debate sobre si Estados Unidos está transitando hacia una forma de fascismo moderno, caracterizado por el uso del poder judicial para blindar al líder, la represión de la oposición y la normalización del discurso de odio.
En Argentina, el ascenso de Javier Milei ha sido interpretado por muchos analistas como parte de una nueva ola de extrema derecha en América Latina. Su discurso ultraliberal, su rechazo frontal a los derechos sociales conquistados, su negación del terrorismo de Estado durante la dictadura militar y su retórica agresiva contra sindicatos, feminismo y movimientos sociales, han despertado preocupaciones sobre una deriva autoritaria. Aunque Milei no se autodefine como fascista, su estilo confrontativo, su culto a la figura del líder y su desprecio por el consenso democrático, lo han acercado a lo que algunos llaman “neofascismo posmoderno”.
En Asia, el BJP en India ha sido acusado de nacionalismo religioso extremo, mientras que en Japón y Rusia existen movimientos que promueven revisionismo histórico y represión de la disidencia. Todos estos casos muestran cómo el fascismo ya no necesita uniformes ni marchas militares para avanzar. Hoy se disfraza de populismo, de “nueva política”, de “libertad económica”, pero su esencia sigue siendo la misma: deshumanizar al otro, destruir el pluralismo y concentrar el poder en manos de unos pocos.
Si el fascismo se propagara globalmente, las consecuencias serían devastadoras. Desaparecerían las democracias tal como las conocemos. Las elecciones libres, la prensa independiente, el derecho a disentir y a vivir con dignidad serían eliminados. Las minorías étnicas, religiosas, sexuales y políticas serían perseguidas, silenciadas o exterminadas. El pensamiento crítico sería sustituido por propaganda. La cultura se convertiría en herramienta de adoctrinamiento. La ciencia y la educación quedarían subordinadas a la ideología. La humanidad perdería su esencia y la capacidad de convivir en la diferencia, de construir desde el respeto, de avanzar desde la libertad.
El fascismo no solo mata cuerpos. Mata ideas, mata derechos, mata el alma colectiva de los pueblos. Por eso, recordar su historia no es un ejercicio académico, sino un acto de resistencia. Porque cuando olvidamos lo que el fascismo hizo, corremos el riesgo de permitir que lo vuelva a hacer. Y si lo hace, lo hará con nuevas máscaras, pero con el mismo objetivo: deshumanizar.
FASCISMO UNA ADVERTENCIA (Madeleine Albright- Ex secretaria de Estado de los Estados Unidos)
El fascismo ha sido uno de los fenómenos políticos más peligrosos y destructivos del siglo XX, dejando una huella imborrable en la historia mundial. Entender sus raíces, características y advertencias es fundamental para prevenir que ideas similares resurjan en el presente y en el futuro. En estos videos, podréis ver de manera detallada qué fue el fascismo, cómo se manifestó en diferentes países, cuáles fueron sus consecuencias y qué lecciones podemos aprender para fortalecer la democracia y los derechos humanos en nuestras sociedades.
Llevo años leyendo y escuchando a este hombre sencillo y lleno de humanidad, y con el transcurso del tiempo cada vez emocional y realmente me identifico más con sus pensamientos y planteamientos. Sus palabras me acompañan, me calman y me ayudan a mirar el mundo con otra profundidad, lejos del ruido y la prisa.
Hay personas que no gritan, pero su voz resuena más que cualquier ruido. Byung Chul Han es una de ellas. Habla despacio, con serenidad, con ese tipo de claridad que solo nace cuando uno mira el mundo sin miedo. Sus palabras no buscan impresionar; buscan despertar algo dormido en nosotros, algo que el capitalismo, con su brillo falso, ha querido apagar.
Vivimos en una época donde todo parece estar en venta: el tiempo, la atención, incluso el alma. Nos dicen que somos libres, pero esa libertad tiene forma de jaula. Una jaula luminosa, cómoda, donde todo está al alcance de un clic. Nos hacen creer que elegimos, cuando en realidad obedecemos a un sistema que se alimenta de nuestro cansancio y de nuestra necesidad de sentirnos valiosos. Han lo llama “la violencia de la positividad”: ese mandato invisible que nos exige estar siempre felices, productivos, disponibles, conectados.
El capitalismo liberal nos ha convertido en máquinas de rendimiento. Ya no necesitamos un amo que nos vigile; nosotros mismos llevamos la correa. Nos autoexplotamos con una sonrisa, creyendo que crecer, superarse o “optimizarse” es una forma de libertad. Pero detrás de todo eso hay una soledad inmensa, un vacío que ni el éxito ni el entretenimiento logran llenar. Han nos muestra que el sistema ha aprendido a manipular no solo nuestros cuerpos, sino también nuestros deseos, nuestras emociones, nuestra manera de amar.
Nos han robado el silencio, la lentitud, el aburrimiento. Nos han convencido de que descansar es perder el tiempo. Y así, entre pantallas y notificaciones, hemos olvidado el arte de simplemente estar. El capitalismo ha logrado que trabajemos incluso cuando creemos descansar, que nos mostremos incluso cuando necesitamos desaparecer. Todo se convierte en exposición, en mercancía, en ruido.
Pero Han, con su calma que parece venir de otro tiempo, nos invita a detenernos. A mirar el vacío sin miedo. A reconectar con lo invisible, con lo que no produce ni se vende: la contemplación, el amor sin utilidad, el contacto con la naturaleza, el silencio que cura. Nos recuerda que el ser humano no nació para competir, sino para cuidar; no para producir, sino para estar en el mundo con delicadeza.
Byung Chul Han no nos da respuestas fáciles, pero sí nos ofrece un refugio: el pensamiento. Pensar, dice, es resistir. Es negarse a ser arrastrado por la corriente del rendimiento. Es recordar que todavía hay belleza en lo simple, dignidad en lo lento, esperanza en el silencio. Y tal vez ahí, en ese gesto tan pequeño y tan poderoso de detenerse, empiece la verdadera libertad.
LO PÚBLICO ES DE TODOS, LO HEMOS PAGADO CON NUESTROS IMPUESTOS
Dicen que España es un país hecho de muchos paisajes, muchas voces y formas de pensar. Desde las montañas del norte hasta los olivares del sur, cada tierra tiene su manera de hablar, de vivir y de organizarse. Por eso, hace ya bastantes años, se decidió que cada región (a las que hoy se llaman Comunidades Autónomas) pudieran gobernarse en parte por sí mismas, “para cuidar mejor de sus gentes”.
Así nacieron diecisiete comunidades y dos ciudades autónomas, cada una con su propio gobierno, su presidente, sus leyes y sus responsabilidades. Pero todas forman parte del mismo país, y todas se sostienen con el dinero que ponemos entre todos cuando pagamos nuestros impuestos. Ese dinero se reparte: una parte la usa el Gobierno central y otra se transfiere a las comunidades para que puedan atender la sanidad, la educación, el medio ambiente, los servicios sociales y tantas otras cosas que hacen que la vida funcione.
En teoría, el sistema es hermoso: el Estado ayuda a cada comunidad según lo que necesita, para que todos tengamos lo mismo vivamos donde vivamos. Así, cuando un anciano se pone enfermo en Galicia o una niña empieza la escuela en Andalucía, ambos deberían tener las mismas oportunidades, los mismos derechos y la misma calidad en los servicios.
Pero en la práctica, la historia ha tomado otros caminos.
Con los años, exactamente desde cuando los partidos de derechas empezaron a gobernar dichas comunidades, todo empezó a cambiar, poniendo (cuando no vendiendo) la gestión de lo público en manos de empresas privadas, bajo la idea de que “lo privado gestiona mejor”. Así, poco a poco, lo que era de todos empezó a tener dueños, contratos, intereses y beneficios. Y cuando lo público se privatiza, los primeros en notarlo son siempre los más humildes.
Pienso en cómo era antes la sanidad. Los hospitales eran cien por cien públicos: con médicos, enfermeras y personal que dependía del Estado. Hoy, en algunas comunidades, una parte de esos servicios está en manos privadas. Eso significa que detrás hay empresas que buscan beneficios. Y cuando lo que se busca es ganar dinero, se ahorra donde más duele: en personal, en tiempo, en atención.
Han ocurrido cosas que duelen solo de pensarlas. Como el caso de las mujeres de las Comunidades Andaluza y Valenciana, (donde gobiernan Juan José Moreno Bonilla y Mazón, ambos del PP). Esas mujeres se hicieron una mamografía, y han pasado meses y años, sin recibir el resultado, e incluso es posible que muchas de ellas hallan muerto esperándolo. Y todo fue porque la gestión estaba externalizada y los informes se perdieron en los despachos. Familias que esperaron una operación que se retrasaba sin explicación, porque el hospital tenía conciertos con clínicas privadas que priorizaban a quien podía pagar. O profesionales de la salud agotados, porque faltan manos y recursos donde antes sobraba vocación.
En la educación sucede algo parecido. Los colegios públicos, que deberían ser el corazón de la igualdad, ven cómo se destinan más y más fondos a la enseñanza privada o concertada. A veces esos colegios privados reciben dinero público, pero no siempre aceptan a todos los niños: algunos piden cuotas, otros seleccionan según notas o circunstancias. ¿Y qué ocurre con los hijos de las familias más humildes? Van a escuelas con menos recursos, con aulas más llenas, con menos apoyo, mientras los demás estudian en mejores condiciones. Y así, lo que debería unir, termina separando. Y todo esto siempre ocurre en las comunidades gobernadas por el Partido Popular o conjuntamente con Vox
La historia se repite también en otros ámbitos. En el medio ambiente, por ejemplo. Durante los incendios del último verano, hubo lugares donde los montes ardieron sin control, y no porque faltaran manos solidarias, sino porque las brigadas forestales estaban gestionadas por empresas privadas con pocos medios y contratos temporales, y que casualidad, todos esos sitios estaban gobernados por gente del PP, Mañueco en Castilla y León, Rueda en Galicia, María Guardiola en Extremadura. Su modus operandi de actuar siempre es el mismo, menos prevención, menos vigilancia, menos inversión pública y más privatización. El resultado: bosques perdidos, animales muertos, familias evacuadas y un paisaje herido que tardará años en curarse.
Cuando lo público se privatiza, se debilita la red que protege a todos, sobre todo a quienes menos tienen. Porque el dinero público deja de ser una herramienta de justicia y se convierte en un negocio. Las familias humildes son las que más sufren, porque no pueden pagar seguros médicos privados, ni colegios de pago, ni tratamientos especiales. Se quedan con un sistema público cada vez más pobre, más lento, más desigual.
Y sin embargo, lo público no es un regalo del Estado: es algo que hemos pagado entre todos. Cada euro que se destina a una carretera, a un hospital o a una escuela viene de los impuestos que pagamos cuando compramos el pan, la luz o el gas. Por eso se dice que lo público es de todos. Y si es de todos, debería cuidarse como se cuida lo más valioso: con respeto, con transparencia y sin permitir que se convierta en un negocio para unos pocos.
Las Comunidades Autónomas tienen una gran responsabilidad: administrar bien ese dinero que les llega del Gobierno central. Algunas lo hacen, y la gente lo nota: hay hospitales que funcionan, escuelas que florecen, bosques que se protegen. Pero cuando ese dinero se usa para favorecer a lo privado o para hacer negocios disfrazados de gestión, el daño se siente en las calles, en los barrios y en la vida cotidiana de las personas.
Y ahí está el verdadero fondo de esta historia: lo público somos nosotros. No son los edificios ni los despachos. Son los niños que aprenden en una escuela gratuita, los mayores que reciben atención sin mirar su cuenta bancaria, las familias que encuentran en lo común una esperanza. Privatizar lo público es como vender los cimientos de una casa mientras la seguimos habitando: al principio no se nota, pero poco a poco se agrietan las paredes.
Por eso este cuento no es un cuento inventado, sino una advertencia real. No habla de fantasías, sino de hechos. Y su mensaje es claro: lo público se defiende porque nos iguala, porque nos cuida, porque sin ello los más débiles quedan a merced del mercado.
España no será un país justo si sus comunidades no ponen la vida de las personas por encima del negocio. Porque un aula vacía, un hospital sin personal o un bosque quemado no se reconstruyen con palabras, sino con compromiso.
Así que la próxima vez que alguien diga que lo público no funciona, recordemos que lo público funciona cuando se cuida y falla cuando se abandona. Y que no hay mejor inversión que aquella que protege a todos, especialmente a los que menos tienen.
Porque al final, lo público no es de nadie, es de todos. Porque lo hemos pagado con nuestro trabajo, con nuestros impuestos y con nuestra esperanza.
En España, cuando un partido de derechas entra a gobernar en una comunidad autónoma, lo desmantela todo aunque funcione, después lo privatiza, y todo deja de funcionar. Solo hay que recordar para darse cuenta de ello, los hechos ocurridos trás las últimas elecciones, Dana de Valencia, Incendios en Castilla León, Galicia, Extremadura, y mujeres aterradas en Andalucía por la desaparición de miles de mamografías.
Una contemplación del cosmos desde la mirada del Dharma
Desde la perspectiva budista, el universo no es una realidad separada o ajena al ser humano, sino una manifestación interconectada de la existencia, donde todo forma parte de un mismo tejido cósmico. Esta visión surge del entendimiento profundo de que nada existe de manera independiente o aislada, sino que todo depende de causas y condiciones. En el budismo, esta ley fundamental se conoce como "interdependencia" o "originación dependiente" (pratītyasamutpāda), y se aplica tanto al surgimiento de los pensamientos y emociones, como al fluir de los mundos, los planetas, las estrellas y los sistemas solares.
Lejos de una concepción meramente mecánica del cosmos, el budismo considera que el universo es el escenario de un proceso cíclico de nacimiento, existencia, disolución y renacimiento. Este ciclo se refleja tanto en la vida individual como en la existencia cósmica. Así como los seres nacen, viven y mueren, también los mundos surgen, existen durante un tiempo y finalmente desaparecen, para volver a surgir. Estos ciclos cósmicos, conocidos como kalpas, pueden extenderse durante eones inimaginables. En la cosmología budista, los kalpas marcan el tiempo en el que se crean universos, aparecen seres iluminados, enseñan el Dharma, y luego todo se disuelve para reiniciar el ciclo. Todo es impermanente, incluso las estrellas y galaxias, y esa impermanencia no es una tragedia, sino una oportunidad para comprender que nada puede ser poseído o fijado eternamente.
El cielo, con su infinita expansión y sus cuerpos celestes, es contemplado en el budismo como símbolo y recordatorio de esta vastedad de la existencia, y de la naturaleza despierta de la mente. En la tradición tibetana, la astrología y la astronomía están íntimamente ligadas al camino espiritual. No son usadas para predecir el futuro desde una superstición, sino como herramientas de comprensión del karma, del ritmo de la vida y del fluir del tiempo según las energías del universo. En este sentido, el calendario tibetano no sólo sirve para marcar fechas religiosas, sino que refleja una armonía con los movimientos del sol, la luna y los planetas, permitiendo comprender mejor los momentos propicios para la meditación, las ceremonias y las acciones cotidianas.
El sol, en muchas enseñanzas budistas, representa la sabiduría iluminada. Así como el sol disipa la oscuridad con su luz, la sabiduría disipa la ignorancia, que es la raíz de todo sufrimiento. De igual forma, la luna suele simbolizar la compasión, cuya luz suave y serena refresca el corazón de los seres. En algunos sutras, el Buda es descrito como el sol espiritual que aparece en el mundo para disipar la niebla de las pasiones y mostrar el camino hacia la liberación. También la luna llena ocupa un lugar importante en muchas celebraciones budistas, como el día de Vesak, en el cual se conmemoran el nacimiento, la iluminación y el paranirvana del Buda. Esto refleja la conexión directa entre los ritmos celestes y los acontecimientos espirituales.
Las constelaciones y estrellas, aunque no son adoradas, son entendidas en la astrología tibetana como manifestaciones energéticas que influyen en la configuración de la vida de los seres. Se considera que, al momento del nacimiento, las posiciones celestes pueden revelar ciertas tendencias kármicas o patrones de energía que uno deberá comprender y trabajar a lo largo de su vida. No como un destino fijo, sino como un mapa para navegar conscientemente. Así, la astrología budista se usa con fines prácticos y espirituales: para elegir los momentos más favorables para emprender acciones importantes, para sanar, para realizar rituales, o para armonizarse con las fuerzas sutiles del cosmos. Es una forma de estar en sintonía con el Dharma que no niega la ciencia, sino que la complementa con una visión espiritual.
En el budismo, el cosmos no es solo materia, sino también mente. Existe una relación directa entre la claridad de la conciencia y la percepción del universo. Las estrellas pueden verse como luces externas, pero también como reflejos de la luz interna que todos poseemos. Los mundos pueden ser físicos o mentales, y el samsara, ese ciclo de nacimiento y muerte en el que vagamos, no es solo una sucesión de vidas, sino un estado de conciencia condicionado por el deseo, el apego y la ignorancia. Alcanzar el Nirvana, en cambio, es despertar del sueño cósmico de la ilusión, y ver el universo tal como es: vacío de ego, pero lleno de interconexión y compasión.
Por eso, todo lo que existe en el universo, desde una estrella lejana hasta el suspiro de un insecto, guarda relación con el Dharma. El orden cósmico, aunque parezca caótico, responde a leyes profundas que pueden ser entendidas desde la mente despierta. El Dharma, en este contexto, no es solo una enseñanza, sino el principio que rige el equilibrio del cosmos, la sabiduría inherente al universo mismo. Practicar el Dharma es alinearse con esa verdad universal, vivir con conciencia de causa y efecto, cultivar la compasión hacia todos los seres y aceptar el fluir de los ciclos con ecuanimidad.
Así, el budismo nos invita a ver el universo no como algo ajeno que debemos conquistar, sino como un espejo de nuestra propia mente. Al observar los astros, no sólo vemos cuerpos lejanos de fuego y luz, sino recordatorios de que también dentro de nosotros habita la capacidad de iluminar, transformar y renacer. Todo en el universo enseña, si se lo contempla con sabiduría. El sol que sále cada día, la luna que cambia, las estaciones que giran, las estrellas que resplandecen en la noche... todo forma parte del gran mandála cósmico del despertar.
Hace poco me encontré con una amiga que hacía años no veía. En aquel entonces era Testigo de Jehová, y la recordaba como una persona muy entregada a su fe. Esta vez, sin embargo, su historia fue distinta. Me contó que había dejado la organización y que, por eso, su esposo y sus propios hijos (todavía miembros activos) tienen prohibido hablarle. Como si ya no existiera.
Ese encuentro me dejó una mezcla de tristeza, rabia y reflexión. Porque muchas veces desde fuera no vemos lo que realmente pasa dentro de esta religión. La imagen que dan es la de una comunidad amable, limpia, educada, muy centrada en la Biblia. Pero detrás de eso, hay un sistema rígido de control que marca cada aspecto de la vida de sus miembros, desde lo que piensan hasta con quién pueden hablar.
Ser Testigo de Jehová no es solo una creencia, es una forma de vida impuesta, con normas estrictas que no permiten cuestionamientos. Desde el momento en que alguien se bautiza, comienza a estar sujeto a un código de conducta que abarca prácticamente todo.
No pueden celebrar cumpleaños ni fiestas tradicionales como la Navidad o el Día de la Madre, porque se consideran prácticas paganas. Tampoco pueden aceptar transfusiones de sangre, ni siquiera para salvar sus vidas o las de sus hijos. Tienen prohibido participar en política, saludar a la bandera o entonar himnos nacionales, lo que muchas veces les genera conflictos en la escuela o el trabajo.
Las amistades con personas "del mundo" (es decir, que no pertenecen a la organización) están fuertemente desaconsejadas. Se espera que su círculo social esté limitado a otros Testigos. Ver ciertas películas, leer libros que no estén aprobados por la organización, estudiar en la universidad o aspirar a ciertas carreras también puede ser mal visto. Se les anima a hacer trabajos sencillos, que les permitan dedicar más tiempo a la predicación.
No se les permite pensar de forma crítica sobre lo que se les enseña. Cuestionar la doctrina o las decisiones del Cuerpo Gobernante (el grupo de hombres que dirige la organización desde Nueva York) es considerado rebelión espiritual. Y si alguien comete un error, incluso algo personal como tener una relación fuera del matrimonio, fumar, o simplemente dejar de asistir a las reuniones, puede ser juzgado por un comité de ancianos.
Las consecuencias pueden ser graves. La más temida es la expulsión. Cuando una persona es expulsada o decide irse voluntariamente (lo que llaman "desasociarse"), pasa a ser tratada como si estuviera muerta. Su familia, sus amigos de toda la vida, todos los miembros de la congregación dejan de hablarle por completo. No hay despedidas, no hay explicaciones, no hay empatía. Solo el silencio.
Esta práctica de aislamiento no es simbólica. Es real, dolorosa y profundamente destructiva. Hay padres que dejan de hablar a sus hijos, hijos que rompen todo vínculo con sus madres, matrimonios que se rompen porque uno decide dejar la organización. Todo esto es alentado desde dentro como una forma de presión emocional para que la persona regrese “arrepentida”.
Y lo peor es que muchos no se atreven a irse aunque ya no crean, por miedo a quedarse completamente solos. Porque cuando toda tu vida ha girado en torno a una comunidad que te lo da todo (amigos, rutina, sentido de pertenencia) también te lo puede quitar todo si te atreves a pensar distinto.
No escribo esto para atacar a nadie. Cada quien tiene derecho a creer en lo que quiera. Pero sí creo que es justo advertir sobre lo que hay detrás de esta religión, que muchas veces se presenta como una opción tranquila, amorosa, basada en la Biblia, pero que esconde prácticas coercitivas y destructivas.
Si tú que estás leyendo esto eres parte de los Testigos de Jehová y sientes dudas, o si te han hecho sentir que estás mal por querer vivir tu vida de forma libre, no estás solo. Hay miles de personas que han pasado por lo mismo y han logrado reconstruir sus vidas fuera. Y si estás pensando en acercarte a ellos, infórmate bien, pregunta, investiga. Porque lo que parece una comunidad amable, puede convertirse en una prisión disfrazada de espiritualidad.
Mi amiga me habló con dolor, pero también con una dignidad enorme. Y si algo me dejó claro, es que buscar la verdad, aunque duela, siempre será mejor que vivir atrapado en el miedo, o en las crueles crencias obsoletas y absurdas, de los Testigos de Jehová
EXPULSADOS DE LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ
EL PAÍS presento el pasado viernes 12 octubre de 2025 el documental Expulsados de los Testigos de Jehová, una película con testimonios inéditos de antiguos miembros de la comunidad y que narra el viaje de sus protagonistas desde el ostracismo a la libertad.
Zia Hyunsu Shin interpreta “Estrellita” con el alma
Después de emocionarme con su versión de las Czardas de Victorio Monti, no pude evitar seguir explorando el universo musical de Zia Hyunsu Shin. Y entonces llegué a Estrellita, esa delicada pieza de Manuel Ponce que, en sus manos, se convierte en pura poesía.
Para mí Zia no solo toca el violín, lo convierte en voz. En esta interpretación, cada nota parece brillar como una estrella en la noche. Hay ternura, nostalgia, y una calma que envuelve. Es una de esas obras que no necesitan palabras, porque el sentimiento lo dice todo.
Si te gusta la música que acaricia el alma, dale al play y déjate llevar.
El despertar de la conciencia, la mejor revolución que podría llegar.
Vivimos en una época de avances tecnológicos vertiginosos. Se habla de la tercera, cuarta, incluso quinta revolución industrial. Y, sinceramente, ya no sé en cuál estamos… ni me importa. Porque, por muchas revoluciones que hayamos atravesado, en lo esencial en aquello que atañe al comportamiento humano seguimos estancados, o peor aún, retrocediendo.
Las guerras, el odio, la ambición desmedida… nada de eso ha desaparecido. No hemos aprendido de la historia, y por eso la repetimos. Cada conflicto nuevo es una prueba de que seguimos tropezando con las mismas piedras. Y sí, lo digo sin rodeos: no me gusta el mundo en el que vivo.
Lo que espero —y deseo profundamente— es una revolución distinta. No una que traiga más máquinas, más automatización o más consumo. Quiero una revolución de la conciencia. Una que despierte a las personas, que nos haga ver que no podemos seguir permitiendo que los usureros, los corruptos, los explotadores y los adoradores del dinero sigan marcando el rumbo de nuestras sociedades.
Sé que es difícil. Sé que suena ingenuo. Pero esa es la revolución que yo deseo: la que impida que personajes como Trump, Putin, Netanyahu —y tantos otros que representan lo peor del poder— lleguen a gobernar. Porque el problema no es solo que existan, sino que millones de personas los apoyen sin cuestionarse la clase de tipejos que son.
En resumen, si hay una revolución que realmente necesitamos, es la del despertar de la conciencia. Por el bien de todos y por el futuro que aún podemos construir.
Este post simplemente pretende que no normalicemos lo que está ocurriendo actualmente en el mundo. Soy una ciudadana que no se resigna a vivir en un mundo tan asqueroso como este.
¿En qué nos estamos convirtiendo, o en que pretenden algunos desalmados que nos convirtamos?
Acabo de leer nuevamente el libro Un mundo que agoniza, de Miguel Delibes, y cada vez que lo hago no puedo evitar sentir una mezcla de admiración y tristeza. Admiración por la lucidez y sensibilidad de este autor, que ya en 1979 nos hablaba con claridad sobre el rumbo equivocado que la humanidad estaba tomando. Y tristeza, porque más de cuatro décadas después, sus advertencias no solo no han sido escuchadas, sino que la situación se ha agravado.
Delibes, con su voz serena y sabia, no necesitó apelar al sensacionalismo ni a la desesperación. Solo le bastó la verdad. Con una mirada profundamente humana y conectada con la naturaleza, nos mostró cómo el llamado “progreso” estaba en realidad, desdibujando nuestra relación con el mundo natural. Nos alertó sobre la explotación desmedida de los recursos, la industrialización feroz, la contaminación, la sobrepoblación y la destrucción del equilibrio ecológico. Lo dijo todo claramente y lo ignoramos.
Hoy seguimos atrapados en ese falso sentido del progreso que confunde desarrollo con destrucción, avance con acumulación, y éxito con consumo. Nos han vendido la idea de que todo es reemplazable, incluso la Tierra. Y mientras tanto, la avaricia de unos pocos continúa devastando lo que es de todos: los bosques, los ríos, el aire, los océanos, los animales… y a nosotros mismos.
Es incomprensible y vergonzoso cómo seguimos permitiendo este suicidio colectivo. Sabemos que el planeta está al límite, lo vemos cada día en los incendios, en las sequías, en las temperaturas extremas, en la pérdida de biodiversidad, en las enfermedades nuevas, en la tristeza de quienes ya no reconocen su propio paisaje. Y sin embargo, la inacción domina. Nos hemos anestesiado.
Leer a Delibes es como escuchar a alguien que amaba la vida de verdad. Que entendía que la naturaleza no es un recurso: es un hogar. Que sabía que el ser humano no puede vivir aislado de la tierra, porque somos parte de ella, no sus dueños.
Tal vez aún estemos a tiempo. Tal vez si volvemos a mirar con respeto y humildad, si aprendemos de quienes sí sabían convivir con la naturaleza en lugar de someterla, si dejamos de medir todo en función del dinero o del poder… tal vez entonces podamos empezar a sanar este mundo que tanto hemos herido. Pero no podemos esperar más.
No se trata solo de “salvar el planeta”, como si fuera algo externo a nosotros. Se trata de salvarnos a nosotros mismos. De salvar la dignidad humana, la belleza, el equilibrio, la vida. Como decía Delibes: “No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”.
Ojalá sepamos escuchar (aunque sea tarde) la voz de quienes nos advirtieron con amor y verdad. Porque este mundo, que agoniza, aún respira. Y mientras respire, hay esperanza.
Discurso de Miguel Delibes, (un hombre de palabras más que de letras)
El concepto de Miguel Delibes como "un hombre de palabras más que de letras" proviene de su famoso discurso de clausura del II Congreso Internacional de la Lengua en 2001, donde explicó que, si bien es un escritor, prefiere la palabra y la conversación antes que la erudición académica. En su discurso, Delibes afirmó sentirse más cercano a la intuición y a la experiencia que a los intríngulis de la gramática, y que su literatura se basa en la comunicación con la gente y el asombro por las maravillas de la lengua.
¿Quién son los Arcontes? Su relación con el gnosticismo y la Iglesia Católica
Una reflexión profunda sobre los arcontes desde la visión gnóstica, su conexión con el Demiurgo y cómo estas figuras posiblemente, pueden representar a la Iglesia Católica como institución de control espiritual.
¿Quién son los Arcontes? Una Reflexión desde la Mirada Gnóstica
Después de explorar con calma los textos y conceptos relacionados con los arcontes y el Demiurgo, desde la perspectiva gnóstica, he llegado a una conclusión que, aunque pueda parecer provocadora, resuena con una lógica profunda: los arcontes y el Demiurgo no son entidades abstractas o simbólicas alejadas de nuestro mundo, sino que pueden representar perfectamente a estructuras concretas, así como a posibles organizaciones religiosas de poder similares a la Católica.
Quizás a muchos esto podría parecerles una afirmación fuerte, pero vamos a desmenuzarla con calma, desde la visión gnóstica y a través de una lectura simbólica y espiritual.
El Gnosticismo y su Crítica a las Estructuras de Poder
Cuando los gnósticos hablaban del Demiurgo y de los arcontes, se referían a algo más que simples figuras mitológicas. Eran símbolos de un sistema de control, de una trampa espiritual que mantenía a las almas atadas al mundo material, a la ignorancia, al miedo, al sufrimiento y, sobre todo, alejadas de su verdadero origen divino.
El Demiurgo, según el gnosticismo, es un dios creador imperfecto. No es el Dios verdadero, puro y espiritual, sino una entidad que (por ignorancia o por arrogancia) creó el mundo material como una cárcel. Y los arcontes, sus ayudantes o agentes, están encargados de vigilar y reforzar esa prisión, asegurándose de que el alma humana no despierte y no regrese al mundo superior, al origen luminoso del que proviene.
¿Y si el Demiurgo fuera una institución?
En esta lectura simbólica, es fácil ver cómo algunos podrían identificar al Demiurgo con una institución poderosa que durante siglos ha dirigido el rumbo espiritual, moral, político y social de millones de personas: la Iglesia Católica. No como fe ni como creencia personal, sino como estructura organizada de poder que ha moldeado conciencias, prohibido pensamientos, castigado conocimientos y regulado las experiencias espirituales.
Durante siglos, la Iglesia ha sido la intérprete oficial de lo divino. Ha decidido qué es verdad y qué es herejía, quién es digno y quién está condenado, qué libros pueden leerse y cuáles deben quemarse, qué prácticas conducen a Dios y cuáles al infierno. En lugar de liberar las almas, ha sido vista por muchos como una barrera entre el ser humano y su divinidad interna. En ese sentido, cumple perfectamente el papel del Demiurgo: creador de un mundo espiritual artificial, lleno de normas, dogmas y miedos.
Los Arcontes como Símbolos del Control Religioso
En esta misma línea, los arcontes pueden verse como aquellos representantes de la jerarquía eclesiástica (, cardenales, papas, inquisidores, teólogos de escritorio) que, a lo largo de la historia, han custodiado el acceso a la “verdad oficial”, impidiendo cualquier conocimiento que no pase por sus manos.
Desde esta óptica, los arcontes son las voces que dicen “esto no se puede saber”, “esto no se puede cuestionar”, “esto no es para ti”. Son los guardianes del templo, no para proteger su santidad, sino para impedir que tú entres y descubras que lo divino no está allí, sino dentro de ti.
En lugar de fomentar la búsqueda libre del espíritu, el conocimiento íntimo de lo divino (la famosa “gnosis”), estas figuras históricamente han limitado el pensamiento, castigado la curiosidad y perseguido todo intento de romper las cadenas del dogma. Así, se convierten en los arcontes modernos: no necesitan alas, ni ojos de fuego, ni poderes mágicos. Les basta con leyes, púlpitos y miedo.
¿Liberación o sumisión?
El gnosticismo propone una liberación radical: no basta con creer, hay que saber. No basta con obedecer, hay que despertar. El conocimiento no es un lujo, es una necesidad espiritual. Y en ese camino, el gnosticismo denunció desde el principio que las estructuras religiosas tradicionales eran, en realidad, parte del problema.
Así, la Iglesia Católica, en su forma institucional (no como espiritualidad sincera de millones de personas), puede ser vista como el sistema del Demiurgo. No es una enemiga porque adore a un dios falso, sino porque actúa como obstáculo entre el alma y la divinidad real. Un velo entre el ser humano y su origen.
Una reflexión final
Esta lectura no busca atacar la fe de nadie, sino invitar a mirar más allá de las formas, las jerarquías, los títulos y los dogmas. Si de verdad existe un Dios puro, amoroso y sabio, estoy segura de que este, no necesita intermediarios que lo representen con castigos, prohibiciones, miedo y poder político. El verdadero despertar ocurre cuando dejamos atrás esas estructuras y nos encontramos directamente con lo divino, en nuestro interior.
Tal vez, como decía el gnosticismo hace siglos, los arcontes no están en el cielo ni en el inframundo. Están aquí, en las instituciones que nos dicen cómo pensar, cómo creer, cómo sentir, y sobre todo, qué no debemos saber.
Y tal vez, el mayor acto de liberación no sea enfrentarse a ellos… sino dejar de creerles.
LOS CRIMENES DEL CRISTIANISMO
F.E.V. 26 LOS CRÍMENES DE LA IGLESIA CATÓLICA
La censura de la Iglesia católica durante el franquismo V
En la carta escrita por Albert Einstein el 3 de enero de 1954, en respuesta al filósofo Eric Gutkind, se revelan de manera directa y sincera sus verdaderas ideas sobre Dios, la religión y el judaísmo. Aunque el tono es respetuoso, no oculta su firme desacuerdo con las ideas religiosas propuestas por Gutkind. Esta carta se ha hecho famosa justamente porque, con pocas palabras, pero con gran claridad, Einstein dejó constancia escrita de su pensamiento religioso, filosófico y moral.
Einstein comienza agradeciendo a Gutkind por el libro que le envió, el cual leyó por la insistente recomendación de un conocido mutuo, Brouwer. El libro en cuestión, "Choose Life: The Biblical Call to Revolt" (Elige la vida: El llamado bíblico a la rebelión), es una obra que mezcla pensamiento filosófico, religioso y existencial, donde Gutkind invita a recuperar los valores espirituales del mensaje bíblico como un llamado a una transformación ética del ser humano. Para él, el judaísmo representa una fuerza revolucionaria que se opone al materialismo moderno y al conformismo. Es un texto que reivindica la Biblia como un instrumento de liberación y una fuente de verdad moral profunda.
Einstein reconoce que hay un terreno común entre ambos, en particular en su visión sobre la vida, la libertad del ser humano y la necesidad de una actitud más noble, más humana, en nuestra existencia. Pero desde ese punto de acuerdo superficial, Einstein pasa rápidamente a marcar las diferencias de fondo. Esas diferencias giran, sobre todo, en torno a la religión, la idea de Dios y la percepción del pueblo judío como elegido o especial.
Einstein afirma, sin rodeos, que la palabra “Dios” no significa para él nada más que una creación humana. No habla de un rechazo emocional, sino de una observación racional: considera que la idea de Dios nace de la debilidad del ser humano, de su miedo, de su necesidad de encontrar sentido o consuelo frente a lo desconocido. En otras palabras, para Einstein, Dios no es un ser real que actúa o guía el mundo, sino una invención nacida de la fragilidad humana. No hay, según él, una interpretación por más sutil o refinada que sea que logre cambiar esa percepción suya.
La Biblia, desde su punto de vista, tampoco es un texto sagrado dictado por Dios. Más bien la ve como una colección de relatos antiguos, que, si bien pueden tener cierto valor moral o cultural, son productos de una mentalidad primitiva. Usa palabras como “venerables” y “honorables” para referirse a estas leyendas, lo que indica cierto respeto por su antigüedad o por su influencia histórica, pero deja claro que no les atribuye ningún tipo de verdad literal o divina. En definitiva, para Einstein, la religión no es un camino hacia la verdad, sino una forma primitiva de explicar el mundo, una superstición que en su época moderna debería ser superada por la razón y el conocimiento.
Al hablar del judaísmo, Einstein muestra una relación compleja. Él se identifica como judío —incluso dice sentirse orgulloso de pertenecer al pueblo judío— y reconoce una afinidad cultural e intelectual con su gente. Pero aclara que esto no implica ningún tipo de superioridad. Niega rotundamente que el pueblo judío sea “elegido” o posea cualidades especiales. Según él, los judíos no son mejores ni peores que otros grupos humanos. Lo único que, en su experiencia, los ha librado de cometer abusos o de caer en las peores formas de poder, es el hecho de que históricamente han sido un pueblo sin poder político. Es decir, si no han oprimido, no es por virtud especial, sino porque no han tenido la oportunidad de hacerlo. Esta afirmación puede sonar dura, pero refleja el pensamiento profundamente igualitario y escéptico de Einstein respecto a cualquier forma de nacionalismo o etnocentrismo.
Una de las críticas más importantes que hace en la carta está dirigida al orgullo y al sentimiento de superioridad que, según él, Gutkind muestra en su libro. Lo acusa de haber construido dos “muros” de orgullo: uno como hombre (es decir, por pertenecer a la especie humana), y otro como judío. El primero lo describe como una pretensión de estar por encima de la causalidad, como si el ser humano fuera una excepción dentro del orden natural del universo. El segundo, como una defensa del monoteísmo como algo superior frente a otras creencias. Einstein considera que ambos muros son autoengaños. Cree que al proclamarnos especiales o superiores, ya sea como humanos o como pueblo, no avanzamos moralmente, sino que nos cerramos al verdadero entendimiento.
En esta parte de la carta, menciona con admiración a Baruch Spinoza, un filósofo que fue excomulgado del judaísmo en el siglo XVII por sostener ideas radicalmente racionalistas. Spinoza no creía en un Dios personal, sino en una idea de Dios equivalente a la Naturaleza: un orden racional que gobierna el universo sin voluntad ni propósito. Para Einstein, Spinoza representa una figura admirable que entendió que no podemos hablar de causalidad a medias, ni de un Dios que actúa como un ser humano con emociones y decisiones. En este sentido, Einstein adopta una postura muy cercana al panteísmo de Spinoza: no niega lo sagrado, pero lo identifica con el misterio impersonal del universo, no con un creador personal.
Por último, Einstein reconoce que, aunque sus ideas intelectuales difieren mucho de las de Gutkind, comparten valores importantes, sobre todo en lo que respecta al comportamiento humano. Es decir, aunque no comparten la misma “racionalización” (como diría Freud), sí coinciden en ciertas actitudes éticas y en su preocupación por el destino del ser humano. Cree que podrían entenderse bien sobre cosas concretas, lo que demuestra su apertura al diálogo y su respeto por las personas, incluso cuando discrepa con ellas profundamente en lo ideológico.
Esta carta no es un ataque a la religión por capricho, ni una burla, ni un acto de arrogancia intelectual. Es más bien una defensa de la libertad de pensamiento, de la honestidad intelectual y del valor de la razón. Einstein no rechaza la espiritualidad entendida como admiración por el universo, pero sí se opone a las creencias que parten del miedo, de la tradición incuestionable o de la idea de superioridad moral. Para él, lo sagrado está en la armonía del cosmos, en la belleza de las leyes naturales, no en los libros sagrados ni en las afirmaciones de fe. Su pensamiento no es el de un ateo militante que quiere destruir la religión, sino el de un pensador profundamente ético que busca una forma de vivir que no dependa de ilusiones.
En resumen, Einstein en esta carta se muestra como un hombre profundamente racional, ético, libre de dogmas, y muy consciente del valor de la humildad intelectual. Cree en el poder de la razón, en la belleza del universo, y en el deber de los seres humanos de construir una moral sin necesidad de apelar a lo sobrenatural. Esta carta es, más que una negación de Dios, una afirmación del valor humano, de la razón y del pensamiento libre.
El Demiurgo, el Gnosticismo y la construcción del dogma Católico: una mirada desde el alma
Introducción
A lo largo de los siglos, el mensaje original de Jesús y las creencias de los primeros cristianos fueron transformadas, adaptadas e incluso silenciadas. Este artículo explora la figura del Demiurgo desde la filosofía platónica y el gnosticismo, revelando cómo la Iglesia nacida del Concilio de Nicea reescribió las bases del cristianismo, divinizando a Jesús y convirtiendo a María en virgen y madre de Dios. Una reflexión profunda y sencilla sobre la verdadera naturaleza espiritual del ser humano y el poder del conocimiento interior.
Desde los inicios de la historia espiritual de Occidente, uno de los conceptos más intrigantes y a la vez fundamentales para entender la tensión entre diferentes visiones del mundo, ha sido la figura del Demiurgo. Este personaje, a medio camino entre dios creador y artífice menor, ha sido interpretado de formas muy distintas según la tradición que lo mencione. En la filosofía platónica, el Demiurgo es un ser benévolo, una inteligencia ordenadora que, contemplando las Ideas eternas, plasma en la materia un reflejo imperfecto del mundo ideal. No es un dios creador en el sentido judeocristiano, sino más bien un organizador del caos, un mediador entre lo eterno y lo sensible.
Sin embargo, en el pensamiento gnóstico (y especialmente en los primeros siglos del cristianismo, antes de su institucionalización) el Demiurgo adquiere un rostro muy distinto. Para los gnósticos, este ser no es un dios bueno, ni un artífice sabio, sino un ente ignorante y arrogante, que creyéndose el único dios, se pone a crear un mundo imperfecto, material y corrupto. Un mundo donde el alma humana queda atrapada en la prisión del cuerpo, olvidando su origen divino. Esta visión rompe de manera radical con la idea de un Dios creador omnipotente y bondadoso. Para los gnósticos, el verdadero Dios, el Dios incognoscible y eterno, está más allá de la creación material; es pura luz y conciencia. Y Jesús, lejos de ser su encarnación literal en un cuerpo físico, sería más bien un ser iluminado, un mensajero enviado para despertar a las almas dormidas y recordarles su origen divino.
Es importante entender que el gnosticismo no era una corriente menor ni marginal en los primeros siglos del cristianismo. Fue, de hecho, una forma viva y extendida de espiritualidad cristiana, que ponía el acento en la experiencia directa del conocimiento interior (el "gnosis") más que en los dogmas o la obediencia a una autoridad religiosa externa. Los gnósticos no veían a Jesús como Dios hecho carne, sino como un maestro de sabiduría, un liberador del alma, alguien que vino a enseñarnos a mirar hacia adentro, no a obedecer rituales externos. Este mensaje, profundamente liberador y empoderador, chocaba frontalmente con la visión que estaba tomando forma en la Iglesia oficial.
Fue en el siglo IV, con el Concilio de Nicea en el año 325, que se impuso por decreto imperial una versión única del cristianismo. Constantino, emperador romano, convocó este concilio no por motivos espirituales, sino políticos: necesitaba una religión unificada que diera cohesión al imperio. Lo que se discutió allí no fue solo la divinidad de Jesús, sino qué versión del cristianismo iba a ser considerada ortodoxa y cuál sería perseguida como herética. Y fue ahí donde triunfó una narrativa que divinizaba a Jesús, lo convertía en el Hijo de Dios, igual en sustancia al Padre, y eliminaba de un plumazo todas las visiones alternativas, entre ellas la gnóstica.
De esta manera, el Demiurgo, tal como lo concebían los gnósticos, fue ocultado, ridiculizado o reinterpretado. La visión de un dios inferior, creador de un mundo corrupto, que mantenía a las almas encadenadas a la materia, no tenía cabida en una religión que necesitaba un Dios todopoderoso, creador de todo, incluso de lo imperfecto, incluso del mal. El resultado fue una profunda tergiversación de la figura de Jesús: de maestro interior a figura divina inalcanzable; de guía hacia el conocimiento personal a objeto de culto dogmático.
Pero la transformación no se detuvo allí. En ese mismo movimiento de construcción doctrinal, también se fue perfilando el culto a María. Aunque en los evangelios apenas se habla de ella, en los siglos siguientes fue elevada progresivamente, hasta que, con el tiempo, fue declarada “siempre virgen”, algo que no estaba presente en los textos originales ni en la tradición oral más antigua. Esta virginidad no solo era física, sino simbólica, reforzando la pureza inmaculada que se quería proyectar en una figura femenina que, al mismo tiempo, servía como modelo de sumisión, entrega y santidad idealizada. Así, María se fue convirtiendo en una especie de diosa madre dentro de un cristianismo monoteísta, llenando un vacío espiritual que muchas culturas necesitaban cubrir.
Y fue precisamente en España donde esta figura alcanzó un nivel de devoción impresionante. María no solo se convirtió en madre de Dios, sino en patrona de prácticamente todas las aldeas, pueblos y ciudades del país. En muchos casos, su imagen ocupa el lugar central en los altares, desplazando incluso al propio Jesús. Hay vírgenes negras, vírgenes blancas, vírgenes con niño, vírgenes sin niño, vírgenes vestidas con trajes regionales, vírgenes que lloran, vírgenes que hacen milagros. En cada rincón de España hay una María a la que se reza, se venera y se saca en procesión. La emisora de radio de la Iglesia, se llama Radio María. La propia Iglesia se define como "Mariana", lo cual dice mucho del lugar que ocupa esta figura dentro de la religiosidad popular y oficial. La doctrina de la Iglesia está llena de sucesos inverosímiles como este, relatos imposibles, improbables y fuera de toda realidad, a los que llaman Fe, que se caracterizan por su creatividad, fantasía y elementos sorprendentes. Los despropósitos de esta organización llegan a extremos inauditos, como el pedir que seamos ciegos. La fe nos dicen, es ciega, y es la aceptación de una creencia sin pruebas, razonamientos o cuestionamientos, incluso frente a la evidencia contraria. Y llevan viviendo de esto más de 2.000 años.
Resulta paradójico que una religión que nació con un mensaje profundamente interior, simbólico y transformador, acabe convirtiéndose en una estructura rígida, jerárquica y profundamente dependiente de símbolos externos, como vírgenes, reliquias, dogmas impuestos y rituales repetitivos. Lo que los gnósticos proponían era una espiritualidad vivida desde dentro, una relación directa entre el alma y la fuente divina, sin necesidad de intermediarios. Pero eso era peligroso para el poder. No es casualidad que fueran perseguidos, sus textos quemados, sus ideas tachadas de herejía. Porque un alma que se reconoce divina ya no necesita templos, ni sacerdotes, ni estructuras de control.
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Y hoy, siglos después, aún podemos ver los efectos de aquella decisión política disfrazada de espiritualidad. La figura del Demiurgo gnóstico ha sido sustituida por un dios que premia o castiga según el cumplimiento de normas externas. Jesús ha sido encerrado en una divinidad inaccesible, convertido en objeto de adoración en lugar de guía hacia la liberación interior. Y María, elevada al rango de diosa madre, es hoy más venerada que su propio hijo, especialmente en países como España, donde lo espiritual muchas veces se mezcla con lo folklórico, y lo sagrado con lo institucional.
Pero hay quienes siguen buscando. Hay quienes sienten que la verdad no está en los altares dorados ni en las doctrinas repetidas, sino en el silencio interior, en el conocimiento profundo de uno mismo, en el despertar de esa chispa divina que los gnósticos llamaban “pneuma”. Tal vez, al volver a mirar hacia esas antiguas corrientes espirituales, podamos recuperar algo del mensaje original que Jesús (el verdadero maestro interior) vino a compartir. Que el Reino de Dios está dentro de nosotros, no fuera.