COSAS DE GELY
Hipotética y refexiva carta sobre la religión, la libertad espiritual y el miedo, escrita por, Albert Einstein, físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Baruch Spinoza, filósofo neerlandés de origen sefardí. Stephen William Hawking, físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico británico. Simone Lucie Ernestine Marie Bertrand de Beauvoir, conocida como Simone de Beauvoir, filósofa, profesora, escritora y activista feminista francesa. Hipatia de Alejandría, filósofa y maestra neoplatónica griega, natural de Egipto, que destacó en los campos de las matemáticas y la astronomía, miembro y cabeza de la Escuela neoplatónica de Alejandría a comienzos del siglo V. Carl Edward Sagan astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo, escritor y principalmente un reconocido divulgador científico estadounidense. Todos ellos tenían en común la ciencia y su falta de religiosidad
A lo largo de la historia, el ser humano ha buscado respuestas que parecen no tener fin sobre lo siguiente: ¿qué sentido tiene la vida? ¿Existe Dios? ¿Quién fue realmente Jesús de Nazaret? Estas preguntas, que han atravesado culturas y épocas, a menudo se han visto envueltas en respuestas que más confunden que iluminan, y en organizaciones que han utilizado el misterio para dominar la conciencia y el alma de las personas.
Imaginemos, por un momento, una carta escrita no por un solo pensador, sino por varias mentes brillantes (como las anteriormente mencionadas) que, desde diferentes siglos y perspectivas, intentaron comprender el universo y el lugar del ser humano en él. En esta carta, ellos nos hablarían con la sinceridad de quienes valoran la razón, la ética y el asombro ante el cosmos, pero que también respetan la profundidad de la experiencia humana y la búsqueda espiritual.
En esta hipotética misiva, nos dirían que Jesús de Nazaret fue un hombre de extraordinaria compasión, humildad y justicia. Que su vida fue un ejemplo de amor al prójimo y rebeldía contra la opresión. Sin embargo, también nos alertarían que, con el paso de los siglos, su figura fue transformada en un instrumento del poder imperial. Convertido en un dios por decreto político, su nombre fue utilizado para justificar guerras, enriquecimientos y estructuras de control, muy alejadas del mensaje original que predicó.
Nos recordarían que no es necesario creer que un hombre fue Dios para actuar con bondad y justicia. La humanidad puede y debe ser ética sin depender de dogmas que muchas veces fueron impuestos por intereses ajenos a la libertad y la verdad.
Sobre Dios y la religión, nos invitarían a abandonar la idea de un ser divino que observa desde las alturas, que juzga y castiga, que elige favoritos o se encarna en formas humanas. Más bien, nos propondrían ver a Dios como la ley natural, la armonía eterna del universo o, para quienes no creen en esa idea, a maravillarse con la belleza del cosmos tal como es, sin necesidad de explicaciones sobrenaturales.
Ellos denunciarían las religiones que se imponen por la fuerza, que acallan la duda, que se enriquecen con la pobreza y que oprimen a quienes piensan diferente o que niegan la igualdad. La verdadera religión, nos dirían, debería ser una forma de vivir con integridad, sin necesidad de imposiciones externas.
Nos hablarían también del conocimiento y el misterio, recordándonos que no lo sabemos todo, y que la ignorancia no debe llenarse con superstición, sino con preguntas abiertas, observación y humildad ante lo desconocido. La ciencia y el asombro ante el cosmos pueden ser también formas de espiritualidad, sin arrogancia ni dogmas, sino con admiración sincera y ganas de seguir buscando.
Finalmente, nos ofrecerían una esperanza profunda: que cada persona pueda vivir sin miedo al castigo eterno, sin depender de autoridades religiosas para ser buena, y sin repetir creencias que no siente. Que exista una humanidad libre, ética, curiosa y compasiva, donde la fe no sea un arma, la ciencia no sea arrogancia y el amor no dependa de dogmas.
Pero, ¿por qué, si este mensaje de libertad y humanidad es tan claro, tantas instituciones religiosas han manipulado a lo largo de la historia la conciencia de las personas?
La respuesta está en el miedo. El miedo a lo desconocido —la muerte, el sufrimiento, la soledad— es una herramienta poderosa que quienes detentan el poder han sabido usar para controlar a las masas. Ofrecer respuestas absolutas frente a ese miedo genera obediencia y sumisión. El castigo eterno y el pecado se convierten en mecanismos para dominar no solo cuerpos, sino también almas.
Además, pensar por uno mismo siempre ha sido peligroso para quienes quieren mantener el control. La duda, la búsqueda libre y el cuestionamiento de las verdades impuestas amenazan las estructuras jerárquicas y sus privilegios. Por eso, a lo largo de la historia, los libres pensadores, los científicos, los herejes, y muchas mujeres valientes fueron perseguidos, silenciados o desacreditados. Sin embargo, sus ideas siguen vivas y hoy florecen en quienes, se atreven a preguntarse y a buscar sin miedo.
La fe, cuando se convierte en institución política y económica, deja de ser un camino espiritual para transformarse en un instrumento de poder. El mensaje original de amor y humildad se desplaza para justificar riquezas, guerras y dominación. La figura de Jesús, humilde y pacífico, es apropiada por imperios que buscan legitimarse, dejando en la sombra su verdadera enseñanza.
Sin embargo, en este tiempo, podemos elegir otra forma de vivir la espiritualidad. Podemos honrar a Jesús como un hombre sabio, sin necesidad de convertirlo en dios. Podemos mirar al universo con asombro sin inventar dioses castigadores. Podemos buscar la espiritualidad dentro de nosotros, con conciencia y libertad, sin miedo ni imposiciones.
La verdadera espiritualidad no necesita cadenas ni dogmas. Es un camino libre que se construye con ética, amor y respeto, sin necesidad de templos ni rituales impuestos. No todos entenderán este camino y algunos temerán la libertad que representa. Pero esa libertad es, sin duda, el mayor acto de amor que podemos ofrecernos a nosotros mismos y al mundo.
No nacimos para obedecer sin comprender cosas incomprensibles, como los dogmas. Nacimos para comprender, razonar y desde ahí, vivir con dignidad y ser sinceros con nosotros mismos.
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