domingo, agosto 31, 2025

MENTIRAS FUNDAMENTALES DE LA IGLESIA CATOLICA

COSAS DE GELY 

 
VIDEO - DESCRIPCIÓN DEL AUDIOLIBRO

Un análisis de las graves contradicciones y manipulaciones de los textos bíblicos y de la figura del Jesús histórico. 

En el Nuevo Testamento se demuestra sin lugar a dudas que Jesús fue un judío que no quiso fundar ninguna nueva religión ni Iglesia, que no se creyó hijo de Dios y que tuvo como mínimo seis hermanos carnales. 

Los propios Evangelios cuestionan dogmas católicos básicos al mostrar que los apóstoles, por ejemplo, no creyeron en la divinidad de Jesús ni en la virginidad de María ni en la resurrección. La figura del Papa pierde su autoridad cuando se conocen las artimañas que la posibilitaron, máxime cuando Jesús repudió expresamente el sacerdocio profesional. El cristianismo adquiere otro tinte cuando se comprueba que sus fundamentos no proceden de Jesús sino de san Pablo. 

En este libro, el Dr. Pepe Rodríguez realiza un análisis a fondo de la Biblia que permite conocer qué se dejó escrito, en qué circunstancias, quién lo escribió, cuándo y, sobre todo, qué textos se manipularon y cómo se pervirtieron con el paso de los siglos. Con esta obra, el autor hace posible que creyentes y no creyentes encuentren las respuestas que siempre les han hurtado y puedan tener criterios sólidos sobre el origen del cristianismo. 

Publicado por primera vez en 1997, Mentiras fundamentales de la Iglesia católica obtuvo un gran éxito (más de 150.000 ejemplares vendidos y traducciones a varias lenguas). Una década después, el autor ha revisado, actualizado y ampliado el texto, incluyendo nuevos temas, datos, reflexiones y conclusiones.

ACERCA DEL AUTOR

Pepe Rodríguez es doctor en Psicología por la Universidad de Barcelona y licenciado en Ciencias de la Información. Actualmente es profesor de periodismo de investigación –ámbito en el que está considerado como uno de los mejores especialistas– y de periodismo especializado en sociedad en la facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, además de docente en diferentes ámbitosacadémicos, entre ellos el área de comunicación del IL3 Instituto de Formación Continuada de la Universidad de Barcelona. Ha publicado veinticinco libros, entre los que destacan sus investigaciones y ensayos sobre una variedad de temas sociológicos, políticos y relacionados con el periodismo de investigación. Una parte notable de su obra se considera fundamental en el ámbito que aborda y ha obtenido un enorme éxito de ventas en España y en muchos países de Latinoamérica. Ha sido traducido al italiano, el portugués, el holandés y el chino. 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUDIOLIBRO

Puedes cómprarlo en Google Play Libros ►► https://g.co/booksYT/AQAAAECsIVph5M
Idioma: español
Editor: Penguin Random House Grupo Editorial
Fecha de publicación: 31 de octubre de 2019
ISBN: 9788466666886
Duración: 15 h y 49 min

Libros publicados

  • Esclavos de un mesías. (sectas y lavado de cerebro). Elfos, Barcelona, 1984.
  • Las sectas hoy y aquí. Tibidabo Ediciones, Barcelona, 1985.
  • La conspiración Moon. Ediciones B, Barcelona, 1988.
  • El poder de las sectas. Ediciones B, Barcelona, 1989.
  • Traficantes de esperanzas. Ediciones B, Barcelona, 1991.
  • Curanderos, viaje hacia el milagro. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1992.
  • Jóvenes y Sectas: un análisis del fenómeno religioso-sectario en España (coautor). Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1992.
  • Qué hacemos mal con nuestros hijos (El drama del menor en España). Ediciones B, Barcelona, 1993.
  • Pluralismo religioso (Sectas y nuevos movimientos religiosos) (coautor). Ediciones Atenas, Madrid, 1993.
  • Tu hijo y las sectas (Guía de prevención y tratamiento para padres, educadores y afectados). Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1994.
  • Periodismo de investigación: técnicas y estrategias. Ediciones Paidós, Barcelona, 1994.
  • El libro de los decálogos. (coautor). Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1994.
  • Cuando una sonrisa es una trampa. (coautor). Fundación Francisco Ferrer, Barcelona, 1994.
  • La vida sexual del clero. Ediciones B, Barcelona, 1995.
  • Etnografía (Metodología cualitativa en la investigación sociocultural) (coautor). Ediciones Marcombo, Barcelona, 1995.
  • Mentiras fundamentales de la Iglesia católica. Ediciones B, Barcelona, 1997.
  • Mitos y ritos de la Navidad. Ediciones B, Barcelona, 1997.
  • Dios nació mujer. Ediciones B, Barcelona, 1999.
  • Adicción a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento). Ediciones B, Barcelona, 2000.
  • Sociología de grupos pequeños: sectas y tribus urbanas (coautor). Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 2000.
  • Morir es nada (Cómo enfrentarse a la muerte y vivir con plenitud). Ediciones B, Barcelona, 2002.
  • Pederastia en la Iglesia católica. Ediciones B, Barcelona, 2002.
  • 11-M: Mentira de Estado (Los tres días que acabaron con Aznar). Ediciones B, Barcelona, 2004.
  • Masonería al descubierto (Del mito a la realidad 1100-2006). Temas de Hoy, Madrid, 2006.
  • Los pésimos ejemplos de Dios (Según la Biblia). Temas de Hoy, Barcelona, 2008. 





 

miércoles, agosto 27, 2025

HIPOTÉTICA CARTA SOBRE EL REINO DE JESÚS

COSAS DE GELY 

HIPOTÉTICA CARTA SOBRE EL REINO DE JESÚS

Hipotética y refexiva carta sobre la religión, la libertad espiritual y el miedo, escrita por, Albert Einstein, físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Baruch Spinoza, filósofo neerlandés de origen sefardí. Stephen William Hawking, físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico británico. Simone Lucie Ernestine Marie Bertrand de Beauvoir, conocida como Simone de Beauvoir, filósofa, profesora, escritora y activista feminista francesa. Hipatia de Alejandría, filósofa y maestra neoplatónica griega, natural de Egipto, ​que destacó en los campos de las matemáticas y la astronomía, miembro y cabeza de la Escuela neoplatónica de Alejandría a comienzos del siglo V. Carl Edward Sagan astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo, escritor y principalmente un reconocido divulgador científico estadounidense. Todos ellos tenían en común la ciencia y su falta de religiosidad

A lo largo de la historia, el ser humano ha buscado respuestas que parecen no tener fin sobre lo siguiente: ¿qué sentido tiene la vida? ¿Existe Dios? ¿Quién fue realmente Jesús de Nazaret? Estas preguntas, que han atravesado culturas y épocas, a menudo se han visto envueltas en respuestas que más confunden que iluminan, y en organizaciones que han utilizado el misterio para dominar la conciencia y el alma de las personas.

Imaginemos, por un momento, una carta escrita no por un solo pensador, sino por varias mentes brillantes (como las anteriormente mencionadas) que, desde diferentes siglos y perspectivas, intentaron comprender el universo y el lugar del ser humano en él. En esta carta, ellos nos hablarían con la sinceridad de quienes valoran la razón, la ética y el asombro ante el cosmos, pero que también respetan la profundidad de la experiencia humana y la búsqueda espiritual.

En esta hipotética misiva, nos dirían que Jesús de Nazaret fue un hombre de extraordinaria compasión, humildad y justicia. Que su vida fue un ejemplo de amor al prójimo y rebeldía contra la opresión. Sin embargo, también nos alertarían que, con el paso de los siglos, su figura fue transformada en un instrumento del poder imperial. Convertido en un dios por decreto político, su nombre fue utilizado para justificar guerras, enriquecimientos y estructuras de control, muy alejadas del mensaje original que predicó.

Nos recordarían que no es necesario creer que un hombre fue Dios para actuar con bondad y justicia. La humanidad puede y debe ser ética sin depender de dogmas que muchas veces fueron impuestos por intereses ajenos a la libertad y la verdad.

Sobre Dios y la religión, nos invitarían a abandonar la idea de un ser divino que observa desde las alturas, que juzga y castiga, que elige favoritos o se encarna en formas humanas. Más bien, nos propondrían ver a Dios como la ley natural, la armonía eterna del universo o, para quienes no creen en esa idea, a maravillarse con la belleza del cosmos tal como es, sin necesidad de explicaciones sobrenaturales.

Ellos denunciarían las religiones que se imponen por la fuerza, que acallan la duda, que se enriquecen con la pobreza y que oprimen a quienes piensan diferente o que niegan la igualdad. La verdadera religión, nos dirían, debería ser una forma de vivir con integridad, sin necesidad de imposiciones externas.

Nos hablarían también del conocimiento y el misterio, recordándonos que no lo sabemos todo, y que la ignorancia no debe llenarse con superstición, sino con preguntas abiertas, observación y humildad ante lo desconocido. La ciencia y el asombro ante el cosmos pueden ser también formas de espiritualidad, sin arrogancia ni dogmas, sino con admiración sincera y ganas de seguir buscando.

Finalmente, nos ofrecerían una esperanza profunda: que cada persona pueda vivir sin miedo al castigo eterno, sin depender de autoridades religiosas para ser buena, y sin repetir creencias que no siente. Que exista una humanidad libre, ética, curiosa y compasiva, donde la fe no sea un arma, la ciencia no sea arrogancia y el amor no dependa de dogmas.

Pero, ¿por qué, si este mensaje de libertad y humanidad es tan claro, tantas instituciones religiosas han manipulado a lo largo de la historia la conciencia de las personas?

La respuesta está en el miedo. El miedo a lo desconocido —la muerte, el sufrimiento, la soledad— es una herramienta poderosa que quienes detentan el poder han sabido usar para controlar a las masas. Ofrecer respuestas absolutas frente a ese miedo genera obediencia y sumisión. El castigo eterno y el pecado se convierten en mecanismos para dominar no solo cuerpos, sino también almas.

Además, pensar por uno mismo siempre ha sido peligroso para quienes quieren mantener el control. La duda, la búsqueda libre y el cuestionamiento de las verdades impuestas amenazan las estructuras jerárquicas y sus privilegios. Por eso, a lo largo de la historia, los libres pensadores, los científicos, los herejes, y muchas mujeres valientes fueron perseguidos, silenciados o desacreditados. Sin embargo, sus ideas siguen vivas y hoy florecen en quienes, se atreven a preguntarse y a buscar sin miedo.

La fe, cuando se convierte en institución política y económica, deja de ser un camino espiritual para transformarse en un instrumento de poder. El mensaje original de amor y humildad se desplaza para justificar riquezas, guerras y dominación. La figura de Jesús, humilde y pacífico, es apropiada por imperios que buscan legitimarse, dejando en la sombra su verdadera enseñanza.

Sin embargo, en este tiempo, podemos elegir otra forma de vivir la espiritualidad. Podemos honrar a Jesús como un hombre sabio, sin necesidad de convertirlo en dios. Podemos mirar al universo con asombro sin inventar dioses castigadores. Podemos buscar la espiritualidad dentro de nosotros, con conciencia y libertad, sin miedo ni imposiciones.

La verdadera espiritualidad no necesita cadenas ni dogmas. Es un camino libre que se construye con ética, amor y respeto, sin necesidad de templos ni rituales impuestos. No todos entenderán este camino y algunos temerán la libertad que representa. Pero esa libertad es, sin duda, el mayor acto de amor que podemos ofrecernos a nosotros mismos y al mundo.

No nacimos para obedecer sin comprender cosas incomprensibles, como los dogmas. Nacimos para comprender, razonar y desde ahí, vivir con dignidad y ser sinceros con nosotros mismos.

Audiolibro Historia Criminal Del Cristianismo - Iglesia Antigua - Los Paganos Y Ocupación Del Poder 

  

 


 

 

jueves, agosto 21, 2025

CONSECUENCIAS DEL CONCILIO DE NICEA ( 2ª PARTE )

COSAS DE GELY

CONSECUENCIAS DEL CONCILIO DE NICEA ( 2ª PARTE )

Cómo el poder enterró el mensaje de Jesús

Después del Concilio de Nicea, todo cambió para siempre. Lo que había comenzado como un movimiento humilde, centrado en el mensaje de un maestro compasivo, se convirtió en una religión imperial, con dogmas definidos, jerarquías imponentes y una creciente distancia entre la vida de Jesús y lo que se hacía en su nombre.

El emperador Constantino, al ver en el cristianismo una herramienta poderosa para unificar su vasto imperio, no dudó en sellar una alianza con la Iglesia. Esta unión política y religiosa consolidó el poder de los obispos, que dejaron de ser guías espirituales para convertirse en figuras de autoridad institucional. A cambio de privilegios, aceptaron una estructura cada vez más rígida. La Iglesia pasó a funcionar como un engranaje más del aparato imperial.

La fe se transformó en obediencia. Lo que antes era una experiencia de vida y de conciencia se volvió una lista de creencias obligatorias. Y con esa estructura vinieron también las persecuciones internas. Se comenzó a excomulgar, silenciar o perseguir a quienes no compartían la doctrina oficial. Los arrianos, por ejemplo, que habían cuestionado la divinidad absoluta de Jesús, fueron exiliados y sus textos destruidos. Lo mismo ocurrió con otros grupos cristianos que hasta entonces habían convivido con libertad: los gnósticos, los marcionitas, los ebionitas. La diversidad desapareció, y con ella, una parte importante de la riqueza espiritual original del cristianismo.

El Jesús que caminaba descalzo entre los pobres, que decía que el Reino de Dios estaba dentro de cada uno, fue reemplazado por una figura celestial, inaccesible, encerrada en fórmulas teológicas complicadas. Su mensaje de amor y libertad se volvió una doctrina que exigía sumisión. Su compasión, una estructura de normas. Su ejemplo, una excusa para levantar tronos dorados y emitir condenas.

La alianza entre la Iglesia y el poder político no solo enterró el mensaje original de Jesús: lo utilizó como base para construir una institución que imponía miedo, exigía fidelidad ciega y se presentaba como única dueña de la verdad. Así comenzó una historia que, durante siglos, justificaría guerras, censuras, inquisiciones y riquezas acumuladas en nombre de alguien que nunca tuvo nada. 
 
Pero lo más triste no fue solo la traición al mensaje de Jesús, sino que esa nueva Iglesia dijo hacerlo en su nombre.
 
Su santidad el Papa Pio XII concede al Generalísimo Franco el Gran Collar de la Orden Suprema de Cristo
 



 

martes, agosto 19, 2025

CONSECUENCIAS DEL CONCILIO DE NICEA ( 1ª PARTE )

 COSAS DE GELY 

 
CONSECUENCIAS DEL CONCILIO DE NICEA ( 1ª PARTE )

No soy teóloga, ni historiadora, ni busco convencer a nadie. Solo soy una persona que, con los años, ha sentido la necesidad de mirar con honestidad la historia que, tantas veces nos contaron sin dejarnos preguntar.

Escribo en este blog no por odio, ni por rebeldía, ni por ningún interés personal. Lo hago porque creo que muchas personas (buenas, generosas, y de corazón sincero) han sido manipuladas en nombre de la fe. Han creído estar siguiendo a Jesús, cuando en realidad seguían una estructura creada siglos después de su muerte y, a menudo demasiado alejada de lo que él enseñó.

Me han interesado siempre las figuras de Jesús y de Buda. Creo que ambos fueron grandes maestros, humanos, cercanos, que quisieron ayudar a sus semejantes a vivir con compasión y libertad interior. Pero creo también que sus palabras fueron tergiversadas, y que quienes buscaron poder se aprovecharon de su mensaje para dominar a otros.

Este blog es un espacio para mirar esas historias (y otras de otro tipo) con respeto, pero también con claridad. No pretendo dar lecciones. Solo quiero compartir lo que he ido descubriendo, por si a alguien más le sirve para reconciliarse con su fe, con su conciencia o consigo mismo.

Si has sentido que algo no encajaba, si te dolió ver cómo el poder se vistió de religión, si alguna vez pensaste que Dios debía ser otra cosa… entonces quizás encuentres en este post,  algo que aclare tus ideas al respecto, y porque no, un lugar donde respirar en paz.

Primera parte: Nicea año 325 – El día que Jesús fue convertido en Dios

Durante los primeros siglos del cristianismo, nadie imponía una doctrina única. Las comunidades cristianas vivían con libertad espiritual, sin obispos poderosos, sin dogmas cerrados, y sin estructuras de poder como las que conocemos hoy. Los seguidores de Jesús compartían sus bienes, vivían con sencillez, y se centraban en las enseñanzas del maestro de Nazaret: amar, perdonar, servir, sanar. Pero poco a poco, todo eso fue cambiando.

Con el tiempo, comenzaron a surgir diferentes interpretaciones sobre quién había sido realmente Jesús. Para algunos, un hombre profundamente inspirado por Dios. Para otros, un ser divino. Para otros más, una manifestación directa de Dios en la Tierra. Estas diferencias no eran pequeñas: tocaban el corazón mismo de la fe. Durante casi tres siglos, estas interpretaciones convivieron, debatieron, se enfrentaron a veces, pero ninguna se impuso como la única verdadera.

El conflicto estalló con fuerza cuando un sacerdote de Alejandría, llamado Arrio, afirmó que Jesús, aunque extraordinario, no era eterno, ni igual a Dios Padre. Según Arrio, Jesús había sido creado por Dios en un momento del tiempo, y por tanto no era Dios en sí mismo. Esta visión, conocida como arrianismo, se propagó rápidamente y encendió una disputa enorme en todo el mundo cristiano.

Fue entonces cuando intervino el emperador romano Constantino. "Recién convertido al cristianismo" y deseoso de utilizar la religión como base de unidad para su imperio, Constantino convocó en el año 325 el famoso Concilio de Nicea. Allí reunió a más de 300 obispos para resolver de una vez por todas la cuestión de quién era Jesús. Pero el objetivo no era tanto espiritual como político: se necesitaba una fe unificada que consolidara el poder imperial.

Tras semanas de discusiones teológicas, de presiones políticas y de intereses cruzados, se llegó a una fórmula definitiva: Jesús no era simplemente el Hijo de Dios, sino que era Dios mismo, de la misma sustancia que el Padre. La palabra clave, homoousios, fue impuesta como base del nuevo dogma. Así, por primera vez en la historia, se declaró de manera oficial que Jesús era Dios. Quienes no aceptaron esta decisión fueron excomulgados, expulsados o silenciados. Arrio fue condenado, y su doctrina prohibida.

Lo que había sido una fe libre se convirtió en una estructura jerárquica, con una doctrina obligatoria. No fue una conclusión natural, ni una verdad descubierta con evidencia, sino una decisión tomada por votación, bajo presión, con el apoyo del emperador. El Jesús que había vivido entre los pobres fue transformado en un ser glorificado, celestial, y domesticado al servicio del poder.

Desde entonces, el cristianismo entró en una nueva era: la de los credos obligatorios, las persecuciones internas, y el control dogmático. Lo que Jesús había sembrado como una enseñanza viva y compasiva, fue sustituido por fórmulas teológicas que, pocos entendían y muchos temían. Y lo más impactante de todo es que, la divinización de Jesús no fue una revelación, sino un decreto.
 
Historia Criminal Del Cristianismo - Tomo 1 La Iglesia Antigua Falsificaciones y Engaños 
De Karlheinz Deschner - audiolibro






miércoles, agosto 13, 2025

LA TIERRA EN LA CUERDA FLOJA

COSAS DE GELY

LA TIERRA EN LA CUERDA FLOJA

Queridos lectores:
 
Hoy quiero compartir con vosotros un texto que nace desde la preocupación más profunda por el rumbo que está tomando nuestro mundo. No es una exageración decir que el planeta está al límite. El cambio climático ya no es un problema del futuro: es el presente que vivimos, y sin embargo, seguimos actuando como si no pasara nada. Este relato que os presento busca remover conciencias, abrir los ojos y, ojalá, provocar reflexión y acción. Porque no queda tiempo. Porque ya no podemos permitirnos la comodidad de mirar hacia otro lado. 

La catástrofe ya está aquí

El cambio climático ya no es una amenaza futura. Es una catástrofe en curso. Está ocurriendo ahora mismo, delante de nuestros ojos, en cada ola de calor abrasadora que rompe récords históricos, en cada sequía prolongada que deja campos yermos, en cada incendio forestal que reduce bosques a cenizas, en cada gota fría que arrasa ciudades enteras. España lo sabe bien: los veranos son cada vez más insoportables, los inviernos más secos, los recursos hídricos cada vez más escasos y la desertificación avanza implacable. Las cifras son claras, las evidencias abrumadoras. Pero algo sigue sin encajar: el mundo, y en especial quienes tienen el poder de actuar, no están reaccionando como si su propia casa estuviera ardiendo. Y lo está.

Durante décadas, la comunidad científica ha dado la voz de alarma. Estudios, informes, cumbres, conferencias: la ciencia ha sido persistente, incluso extenuante en su esfuerzo por demostrar, con datos, que el modelo actual de desarrollo, de consumo, de movilidad, de economía, es incompatible con la supervivencia del planeta tal y como lo conocemos. Y sin embargo, esas advertencias han sido recibidas con escepticismo, con lentitud, con desinterés o con una hostilidad abierta por parte de muchas autoridades, especialmente aquellas que se sitúan en la derecha política, donde el negacionismo climático ha encontrado terreno fértil. En lugar de liderar con valentía una transición necesaria, muchos han optado por el cortoplacismo, por la comodidad de no tocar intereses, por evitar decisiones impopulares que podrían afectar su reelección. Se ha preferido mirar hacia otro lado, como si ignorar el incendio sirviera de algo cuando las llamas ya están aquí.

Mientras tanto, la ciudadanía también carga con su parte de responsabilidad. Aunque hay conciencias despiertas, colectivos activos, movimientos sociales firmes, la mayoría sigue atrapada en una rutina de negación suave, de indiferencia disfrazada de impotencia. Y, en muchos casos, se priorizan los caprichos, el confort inmediato, la satisfacción personal. Se viaja como nunca antes en la historia: vuelos de bajo coste para fines de semana en ciudades europeas, vacaciones internacionales varias veces al año, coches privados para trayectos innecesarios, cruceros de placer que contaminan como miles de coches juntos. Se celebra la globalización sin asumir su coste ambiental: el transporte masivo de mercancías desde cualquier parte del mundo implica barcos gigantescos que emiten gases letales, aviones de carga, redes de distribución que recorren el planeta sin tregua. Se importan alimentos que podrían cultivarse localmente, se consumen productos empaquetados en plástico que han recorrido miles de kilómetros para llegar a una estantería. Todo se mueve. Todo viaja. Todo contamina.

Y nadie, absolutamente nadie, pone freno real a esta locura. Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen creciendo. Las promesas de reducción se incumplen sistemáticamente. La transición energética es lenta, insuficiente, y muchas veces apenas una operación de maquillaje verde. Los gobiernos permiten, e incluso incentivan, la venta de más coches, la ampliación de aeropuertos, el aumento de las rutas de cruceros. Las leyes que limitan el uso de combustibles fósiles llegan tarde o mal, si es que llegan. Y cuando se proponen medidas mínimas —como zonas de bajas emisiones en las ciudades o la limitación del tráfico—, la respuesta es una protesta furibunda, una resistencia férrea de quienes se niegan a renunciar a su “modo de vida”, aunque ese modo de vida esté destruyendo el único planeta habitable que tenemos.

Ya no queda tiempo. Esta es la verdad incómoda que nadie quiere escuchar. No es una cuestión de futuro, sino de presente. Los cambios en el clima están desestabilizando los ecosistemas, arruinando cosechas, desplazando a millones de personas, aumentando los conflictos por recursos. Cada décima de grado que sube la temperatura global trae consecuencias irreversibles: pérdida de biodiversidad, acidificación de los océanos, derretimiento de los polos, aumento del nivel del mar, fenómenos climáticos extremos. No se trata de salvar el planeta en abstracto: se trata de salvar las condiciones que hacen posible la vida humana tal como la conocemos.

Frente a esta urgencia, las medidas necesarias son claras, aunque políticamente difíciles. Se deben restringir drásticamente los vuelos innecesarios. Se debe desincentivar el uso del vehículo privado, fomentando el transporte público, la bicicleta, y el urbanismo sostenible. Hay que cerrar progresivamente los aeropuertos pequeños, limitar los cruceros, gravar los combustibles fósiles hasta hacerlos inviables. Se deben reformar los sistemas económicos para poner la vida, y no el crecimiento, en el centro. Impulsar las energías renovables, pero no como un añadido, sino como la base del nuevo modelo. Apostar por la producción local, por la economía circular, por un consumo responsable que huya del despilfarro y del culto a lo inmediato.

Y sobre todo, se necesita valentía política. Valentía para enfrentar a los lobbies que presionan, para soportar la crítica, para explicar que no hay futuro en el camino actual. Y se necesita también una ciudadanía que deje de pedir soluciones sin querer cambiar nada, que asuma que salvar el clima implica renuncias, implica cambios, implica incomodidades. No hay magia. No hay tecnología que pueda, por sí sola, revertir lo que ya estamos viviendo. Solo queda actuar. Con urgencia. Con profundidad. Con sentido de comunidad.

La globalización nos trajo un espejismo de abundancia sin límites, pero a un coste brutal para el planeta. Ahora, ese espejismo se desvanece, y nos encontramos con una realidad árida, calurosa, hostil, que hemos construido colectivamente. Y aún así, muchos siguen actuando como si nada. Como si el planeta fuera eterno. Como si la comodidad de hoy valiera más que el mañana de nuestros hijos.

Este relato no busca sembrar el miedo por el miedo. Busca sacudir conciencias. Porque, si no despertamos ahora, lo haremos demasiado tarde. Y cuando eso ocurra, no habrá marcha atrás. Ni planeta B. Ni excusas. Solo cenizas y arrepentimiento.     








sábado, agosto 09, 2025

LA MUJER MALTRATADA Y LO QUE NUNCA SE QUISO VER DE ELLA

COSAS DE GELY

 
LA MUJER MALTRATADA Y LO QUE NUNCA SE QUISO VER DE ELLA

Sentada en este lugar maravilloso tranquilo y relajante, he estado reflexionando sobre nosotras las mujeres y se me ha ocurrido “obsequiaros con la siguiente narración” 

Desde el principio de la historia humana, las mujeres han estado presentes en todos los aspectos fundamentales del desarrollo de la humanidad, pero rara vez han sido reconocidas como protagonistas. No se trata de una queja vacía ni de una postura ideológica, se trata de una realidad constatable. Las mujeres fueron las primeras en cultivar la tierra, en transformar la recolección en agricultura, en transmitir conocimientos de generación en generación cuando la escritura aún no existía. 

Fueron las encargadas de cuidar a los hijos, a los mayores, a los enfermos, de mantener encendido el fuego y de crear herramientas básicas para la vida. Sin embargo, con el paso del tiempo y con el desarrollo de las estructuras sociales dominadas por la fuerza y la jerarquía masculina, su papel fue relegado, negado, e incluso invisibilizado.

En el ámbito del hogar, la discriminación ha sido constante y profundamente normalizada. A las mujeres se les asignó la responsabilidad absoluta del cuidado familiar, de la crianza, de la limpieza, de la cocina, de la estabilidad emocional y social del entorno doméstico. Todo esto sin recibir reconocimiento, salario ni derechos. Incluso en muchos contextos actuales, todavía se considera que las tareas del hogar y el cuidado son “naturales” en las mujeres, mientras que en los hombres son una elección voluntaria. Dentro del matrimonio, han sido durante siglos propiedad legal de sus maridos, sin posibilidad de decisión sobre su cuerpo, su libertad ni su futuro. Aún hoy, en muchos países y culturas, el matrimonio sigue siendo una estructura desigual donde la mujer no tiene poder de decisión real, y donde la violencia se justifica o se ignora en nombre de la tradición o de la religión.

La discriminación religiosa ha sido aún más evidente y brutal. Las grandes religiones institucionalizadas han limitado de forma sistemática el acceso de las mujeres a los espacios de liderazgo, de interpretación sagrada y de poder simbólico. Se les ha exigido obediencia, modestia, sumisión, castidad, silencio. Se les ha negado el derecho a hablar en público, a liderar ceremonias, a ocupar lugares sagrados. En muchas comunidades, aún se cree que la mujer es impura por el simple hecho de menstruar, o que no puede acercarse a lo divino en igualdad con el hombre. En algunas religiones, las mujeres siguen siendo tratadas como propiedad del padre primero y del marido después. Han sido apartadas, castigadas o humilladas por vestirse “de forma inapropiada”, por expresar deseo, por no ser madres, por cuestionar dogmas que solo han sido escritos e interpretados por hombres.

En el campo político, la exclusión no solo ha sido evidente, sino activa. A las mujeres se les negó el derecho al voto durante siglos, y cuando lo consiguieron, su participación fue condicionada, burlada, o utilizada como símbolo de apertura sin concederles verdadero poder. Incluso hoy, en pleno siglo XXI, la representación política femenina en muchos países sigue siendo minoritaria, simbólica o directamente obstaculizada. Las mujeres en política tienen que soportar un nivel de escrutinio personal, estético y moral que sus colegas hombres no sufren. Se les exige que demuestren una capacidad constante, que equilibren fuerza con sensibilidad, que no incomoden demasiado, pero que tampoco se queden calladas. Muchas veces, sus ideas son apropiadas por compañeros varones o desestimadas como emocionales o radicales. Y todo esto ocurre tanto en democracias formales como en regímenes autoritarios.

Lo más doloroso quizás es que la discriminación hacia la mujer no proviene solo de estructuras dominadas por hombres, sino que también es replicada y sostenida por otras mujeres. Muchas veces por miedo, por educación, por dependencia económica o emocional, o simplemente porque ese es el sistema que han aprendido. Se repiten los mismos mandatos, las mismas exigencias, los mismos juicios. Se castiga a las mujeres que rompen con el modelo tradicional, se les acusa de egoístas, de poco femeninas, de exageradas. Se glorifica el sacrificio y se condena la autonomía. Esta complicidad no nace del mal, sino de siglos de condicionamiento. Pero su efecto es real: muchas mujeres han sido dañadas por otras mujeres que también han sido víctimas del mismo sistema.

Y sin embargo, a pesar de todo esto, la historia de la humanidad no puede entenderse sin las mujeres. Su contribución ha sido constante, esencial, y absolutamente subestimada. Han participado en la ciencia, aunque se les negó la educación formal. Han estado en las guerras, aunque los libros de historia apenas las mencionen. Han sido líderes, pensadoras, artistas, aunque sus obras hayan sido firmadas por otros o enterradas por la censura. En las revoluciones, en las resistencias, en las crisis sanitarias, en los movimientos sociales, las mujeres siempre han estado presentes. A menudo como las primeras en actuar, las últimas en recibir reconocimiento, y las más afectadas por las consecuencias.

Todo esto no es pasado. Aún hoy, muchas mujeres viven con miedo, con culpa, con vergüenza que no les pertenece. Aún se les juzga por su cuerpo, por su edad, por su tono de voz, por su maternidad o por su decisión de no ser madres. Aún tienen que justificar sus decisiones, su ambición, su derecho a descansar, a decir que no, a vivir una vida propia. Aún cargan con una doble jornada: la del trabajo y la del hogar. Aún tienen que demostrar que valen, mientras a otros se les supone competentes por el simple hecho de ser hombres.

UNED LA MUJER Y EL FRANQUISMO

No se trata de una guerra de sexos. No se trata de odiar a los hombres, ni de victimizar a las mujeres. Se trata de decir la verdad. De reconocer una injusticia histórica y estructural que ha marcado la vida de millones de personas y que sigue presente, aunque se vista de modernidad. Se trata de abrir los ojos, de cuestionar lo que se considera “natural”, de escuchar las voces que durante siglos fueron calladas.

Las mujeres no necesitan permiso para existir plenamente. No necesitan que se les dé un espacio como si fuera una concesión. Ese espacio ya era suyo. Lo han ocupado siempre. Solo falta que el resto del mundo lo reconozca, lo respete y lo repare.

LA MUJER EN EL FRANQUISMO 

Para finalizar os dejo el siguiente recordatorio. 

En la dictadura franquista en España, cuyos herederos hoy son VOX y el PP, la discriminación hacia las mujeres fue sistemática, institucional y profundamente arraigada en la alianza entre el régimen y la Iglesia Católica. Durante décadas, las mujeres estuvieron sometidas legalmente a la autoridad del marido o del padre. No podían trabajar sin permiso, abrir una cuenta bancaria, ni salir del país sin autorización masculina. La ley las consideraba menores de edad permanentes. La Sección Femenina, brazo femenino del partido único, impuso un modelo de mujer obediente, sumisa, católica, madre abnegada y esposa servicial. La educación fue dirigida a reforzar estos valores, negándoles el acceso a una formación libre y completa. La sexualidad femenina fue reprimida, el divorcio fue prohibido, y cualquier desviación del rol tradicional era castigada moral, social y a veces físicamente. La Iglesia respaldó todo este entramado con un discurso religioso que justificaba la subordinación femenina como voluntad divina. Fue un sistema diseñado para controlar la vida, el cuerpo y el pensamiento de las mujeres. Aunque muchas resistieron en silencio, y otras desde la cultura, la educación o la disidencia política, el daño de aquella etapa aún se arrastra en la memoria de generaciones enteras.

 

POSGUERRA. LA MORAL DEL CONVENTO

Por todo esto (y algunas cosas más) no entiendo como todavía hay mujeres que van a la iglesia, se afilien al PP y a Vox  y les voten, sabiendo cuales son sus orígenes.
 


 

 

 

 

lunes, julio 28, 2025

EL APEGO QUE NOS ENCADENA

COSAS DE GELY 

EL APEGO QUE NOS ENCADENA

En el budismo, el apego se entiende como un obstáculo hacia la paz interior y la libertad mental. No es solo una cuestión de querer, sino de aferrarse, de aferrarse a algo que percibimos como esencial para nuestra felicidad o identidad. El apego se asocia a la idea de que estamos buscando algo fuera de nosotros para llenar un vacío interno, algo que nos haga sentir completos. Esta búsqueda constante de "más" o "mejor" genera sufrimiento, porque nunca se logra una satisfacción plena. Es una corriente interminable que nos mantiene atrapados en la ilusión de que el tener o el ser determinado nos otorgará la felicidad definitiva.

En la vida cotidiana, el apego se manifiesta de muchas formas. Desde lo más tangible, como los objetos materiales que coleccionamos y a los cuales nos aferramos con tanta fuerza, hasta aspectos más abstractos, como las ideas y opiniones que defendemos con vehemencia. El deporte, por ejemplo, puede ser una fuente de gran satisfacción, pero si llegamos a aferrarnos a él, se convierte en una obsesión. Nos volcamos tanto en ganar o en alcanzar un rendimiento perfecto que perdemos el disfrute genuino, el propósito detrás del ejercicio y la diversión. El mismo principio aplica al viajar, donde el apego a una forma específica de aventura o destino puede nublar la capacidad de disfrutar de lo que realmente se tiene frente a nosotros. Y, por supuesto, la comida, que en una sociedad cada vez más centrada en el consumo, puede convertirse en una herramienta para llenar vacíos emocionales más que una fuente de placer o nutrición.

Este mismo concepto de apego se extiende a creencias o sistemas ideológicos más profundos, como la política o la religión. Cuando alguien se apega tan profundamente a una ideología o a una organización, comienza a perder la capacidad de ver más allá de esa estructura. En lugar de cuestionar, reflexionar o discernir, la persona se convierte en un seguidor acrítico, confiando ciegamente en lo que le dice su partido, su iglesia o su comunidad, independientemente de lo que el en realidad piense y de sus acciones. Esto puede llevar a situaciones peligrosas, porque el apego puede cegar el juicio, llevándonos a justificar lo injustificable, a aceptar lo que normalmente cuestionaríamos. En estos casos, el apego ya no es solo a una idea o causa, sino a una identidad. Nos definimos por lo que defendemos, sin importar la coherencia o la moralidad de las decisiones que tomemos en ese camino.

El apego nos conecta con una necesidad imperiosa de pertenencia, de seguridad, de sentir que algo fuera de nosotros tiene un significado. Pero, en última instancia, este apego nos priva de la libertad interior. Nos mantiene atados, inmovilizados en patrones repetitivos que no nos permiten evolucionar, ni experimentar la vida de manera auténtica. Esta constante búsqueda de aferrarnos a algo nos aleja del presente, del aquí y ahora, del disfrute simple de ser.

Y, sin embargo, hay un costo que a menudo no se percibe inmediatamente: el dolor y la frustración. Cuando nos apegamos profundamente a algo, ya sea una relación, un logro, una creencia o incluso una expectativa, cualquier cambio inesperado o pérdida puede desencadenar un sufrimiento profundo. El apego crea una falsa promesa de control y seguridad, pero al mismo tiempo, nos hace vulnerables a la decepción. La frustración surge cuando la realidad no se ajusta a lo que hemos idealizado. Este sufrimiento es inevitable cuando nos aferramos a algo que es, por naturaleza, transitorio. A veces, lo que más nos duele no es la pérdida en sí, sino el hecho de no haber aceptado la Impermanencia de las cosas, el no haber entendido que todo está en constante cambio.

Al observar todo esto, es posible que surja una pregunta fundamental: ¿es todo apego en esta vida? ¿Podemos realmente vivir sin ninguna forma de apego, sin nada a lo que aferrarnos? En teoría, los caminos espirituales, como el budismo, nos enseñan a trascender estos apegos, a liberar nuestra mente y corazón de la necesidad de posesión o control. Sin embargo, el ser humano está diseñado para crear vínculos, para formar conexiones. Y, quizás, la clave no esté en eliminar todo apego, sino en reconocer los tipos de apego que nos sirven y los que nos limitan. ¿Es posible encontrar un equilibrio donde podamos amar sin aferrarnos, disfrutar sin obsesionarnos, ser parte de una comunidad sin perder nuestra identidad? Quizá ese sea el reto más grande de nuestra vida


 

  
 

miércoles, julio 23, 2025

LA CASA QUE ARDE Y LA HUMANIDAD QUE DUERME

COSAS DE GELY

LA CASA QUE ARDE Y LA HUMANIDAD QUE DUERME

La casa que arde y la humanidad que duerme

Hace tiempo que algo no anda bien. Lo sentimos en la piel cuando el sol cae más fuerte, lo oimos en las noticias cuando las lluvias ya no son lluvia sino torrente, y lo vivimos cuando el calendario nos dice que es invierno, pero el calor no se va. La casa que habitamos, nuestro único hogar, está cambiando. Y no es un capricho de la naturaleza. Es el resultado de años —siglos— de hacer como si todo fuera infinito.

Esta casa, la Tierra, nos ha dado todo sin pedir nada. Aire, agua, alimento, belleza, refugio. Ha sido generosa. Pero nosotros, como huéspedes insaciables, rompimos sus ritmos, alteramos su clima, y ahora se tambalea. Ya no es una advertencia futura: estamos viviendo el cambio climático. Las temperaturas se disparan, los océanos suben, los glaciares desaparecen. El equilibrio se rompe, y con él, nuestra tranquilidad.

Algunos aún lo llaman exageración. Otros cierran los ojos para no ver. Pero la ciencia habla claro, y no con gritos, sino con datos. La Tierra se ha calentado más de un grado en apenas un siglo, y si no cambiamos el rumbo, pronto cruzaremos el umbral de los 1,5 grados. Eso, aunque parezca poco, es suficiente para que las tormentas se hagan más violentas, las cosechas más frágiles, los incendios más imparables y muchas zonas dejen de ser habitables. No es el fin del planeta, pero puede ser nuestro fin.

Porque la Tierra puede regenerarse. Ella tiene el tiempo, tiene la paciencia, tiene el poder. Pero nosotros no. Nosotros sí podemos desaparecer. Y no por castigo divino ni por accidente, sino por nuestra propia mano. Por haber olvidado que somos parte del todo, pero dueños de nada.

¿Hay esperanza? Sí, pero no es automática. No basta con desear un mundo mejor. Hay que construirlo. Y eso significa, actuar hoy juntos. Cambiar cómo vivimos, cómo consumimos, cómo nos movemos, cómo decidimos. Porque esta no es tarea de unos pocos iluminados ni de expertos encerrados en laboratorios. Esta es una responsabilidad común. Es de todos. No hay nadie fuera del mapa del clima. El aire no tiene fronteras, el agua no distingue pasaportes, el calor no respeta ideologías.

Cada uno puede hacer algo: consumir con conciencia, apoyar la energía limpia, exigir a quienes gobiernan que dejen de financiar lo que nos destruye. Cuidar, compartir, elegir. Y sobre todo, dejar de pensar que es tarde o que no sirve. Porque lo único inútil es no hacer nada.

Pero hay algo más que amenaza este esfuerzo colectivo: el negacionismo disfrazado de escepticismo, y la avaricia de quienes aún se enriquecen con lo que nos empobrece a todos. Son pocos, pero ruidosos. Son poderosos, pero no invencibles. Venden humo, literalmente, y nos quieren hacer creer que nada está pasando. Mientras tanto, siguen talando, perforando, quemando. No porque no sepan, sino porque no les importa. Y si les dejamos, nos arrastrarán con ellos hacia un futuro sin futuro.

No podemos permitirlo.

Porque si esta historia termina mal, no será porque no lo sabíamos. Será porque lo supimos… y no hicimos nada
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jueves, julio 17, 2025

EL SILENCIO DEL UNIVERSO LA ÚLTIMA VERDAD

COSAS DE GELY
 
EL SILENCIO DEL UNIVERSO Y LA ÚLTIMA VERDAD
 
"El Silencio del Universo"

Hay momentos en los que la vastedad del cielo parece hablar por sí misma, una inmensidad tan profunda que consume la mente humana en su intento por comprenderla. El ser humano, en su búsqueda incansable de respuestas, se enfrenta a la paradoja de lo conocido y lo desconocido. Mirando al cielo, el vacío no solo es espacio, sino también un recordatorio de lo poco que realmente sabemos.


Desde el principio de los tiempos, la humanidad ha intentado hallar un origen, un propósito que diera sentido a la vida y a la existencia. Se han levantado teorías, se han forjado religiones, se han escrito libros llenos de promesas y certezas. Pero en el fondo, una pregunta persiste: ¿por qué estamos aquí? ¿Qué propósito tiene el ser humano en un universo tan grande, tan imponente, tan distante de todo lo que conocemos?

La idea de un ser supremo, de un "Dios" que dirige los hilos del destino humano, ha sido la respuesta que muchos han encontrado a esta pregunta. Pero con el paso del tiempo, y al observar el sufrimiento, la injusticia y el caos del mundo, esa respuesta empieza a desdibujarse. Si existe tal ser, ¿por qué permite tanto dolor? ¿Por qué tanta oscuridad en medio de lo que podría haber sido un mundo perfecto? La fe ciega, aquella que confía sin cuestionar, choca con la realidad de un planeta plagado de contradicciones.

Y, sin embargo, el misterio sigue allí. La vastedad del universo no necesita una respuesta concreta; en su inmensidad, contiene todas las preguntas que el ser humano ha formulado y todas las que aún no se ha atrevido a hacer. Cada estrella, cada galaxia, cada rincón del espacio nos recuerda la insignificancia de nuestra comprensión, pero también nuestra capacidad infinita de preguntarnos.

Tal vez el origen de todo es una cuestión que jamás encontraremos. Tal vez nunca sabremos de dónde venimos ni por qué estamos aquí. Pero lo que es indiscutible es que, en medio de esa incertidumbre, el acto de preguntarse es lo único que nos conecta con la esencia misma del universo. No es la respuesta lo que define nuestra existencia, sino la búsqueda.

El silencio del cosmos es profundo, y la respuesta nunca llegará en una forma que pueda ser completamente comprendida. La humanidad, al final, no necesita la respuesta a todas las preguntas, sino la libertad de seguir preguntando. Es en la búsqueda constante, en el enfrentamiento con el misterio, donde reside la verdadera esencia de la vida.
 
"La Última Verdad"

Al final, lo que se impone, más allá de toda especulación, es una certeza aterradora: no sabemos nada. Las respuestas que buscamos se nos escurren entre los dedos como arena fina, y las preguntas siguen multiplicándose en la vastedad del cosmos, más y más inabarcables. La historia humana, en su afán de encontrar un origen, un sentido, ha sido un constante intento por llenar ese vacío de conocimiento. Pero al final, lo único evidente es nuestra propia ignorancia.


Y si existe alguna verdad que podamos señalar, es que la oscuridad de la mente humana parece crecer con el tiempo. Donde antes buscábamos respuestas en la luz de las estrellas, hoy la luz parece apagarse, mientras los ecos de la maldad y el egoísmo resuenan más fuerte en cada rincón del planeta. La maldad no es solo la acción de unos pocos, sino la manifestación de un mal más profundo que se extiende en cada acto de indiferencia, de injusticia, y desdén por el otro.

La verdad última es esta: no sabemos de dónde venimos ni adónde vamos. Lo que realmente vemos con claridad es la naturaleza de los hombres, tan proclives al error, a la violencia y al desdén. Y, en ese vacío de certezas, lo único que podemos hacer es seguir caminando, conscientes de nuestra finita comprensión y del largo trecho que aún queda por recorrer. Quizás, en algún punto de ese camino, descubramos que lo único real en nuestra búsqueda, en este asqueroso mundo cargado de maldad y de egoísmo, es seguir inclinándonos ante nuestro único y verdadero Dios, el dinero.
 
 

 
 
 
 
 
 
 

martes, julio 15, 2025

¿ESTO ES EL PROGRESO?

COSAS DE GELY

¿ESTO ES EL PROGRESO? 

He llegado a la conclusión de que mi desvinculación de internet posiblemente sea definitiva. No es una decisión impulsiva ni un capricho. Tras mucha reflexión, siento que ya basta. Este mundo digital ha estado presente en mi vida durante años, pero me he dado cuenta de que, en vez de ofrecerme seguridad y tranquilidad, solo me genera ansiedad, inquietud y, sobre todo, me ha atrapado en un sinfín de cosas que no son reales.

El primer paso será comprarme un teléfono "normal", uno de esos sencillos, sin acceso a internet, solo para recibir y hacer llamadas. Porque eso es todo lo que necesito. He llegado a la conclusión de que las redes sociales y el resto de plataformas no son más que un caldo de cultivo para la desinformación, la inseguridad y el vacío. A lo largo de todo este tiempo, me he dado cuenta de que, aunque algunos insistan en que internet puede ser más seguro, la verdad es que nuestra intimidad ha quedado completamente expuesta, y los datos personales se han convertido en mercancía, en una moneda de cambio que ya ni siquiera controlamos.

¿Esto es progreso? Yo no lo veo así. De hecho, tengo muchas dudas sobre qué tipo de progreso estamos celebrando. Vivíamos mucho más tranquilos antes de toda esta vorágine digital. Había más contacto humano, más cercanía, más respeto por la privacidad y, sobre todo, no estábamos expuestos a la constante presión de un mundo que nos obliga a comprar cosas que no necesitamos. Esas empresas que nos acechan todo el tiempo, como Amazon, nos tratan como simples consumidores, como objetos de sus estrategias comerciales, manipulándonos en cada clic.

Lo peor es que todo esto está afectando a los comercios locales y familiares que, por generaciones, han sido el pilar de nuestras comunidades. Los pequeños comercios que siempre ofrecieron un trato personal y cercano están desapareciendo, barridos por el avance impetuoso de un sistema digital que no tiene espacio para lo humano. En ese sentido, yo también me doy cuenta de algo: antes de esta "era digital", vivíamos más felices, por lo menos más tranquilos, sin la constante preocupación por nuestra privacidad y seguridad.

Estoy decidida a desvincularme de todas estas "cosas irreales". Las redes sociales no son más que una fábrica de mentiras. Vivimos atrapados en esa mentira, y lo peor es que las redes sociales son solo la punta del iceberg de un sistema que nos está controlando a través de todo: desde la publicidad hasta las noticias falsas, pasando por los influencers, esos "ídolos" que, en muchos casos, no tienen ni la más mínima preparación para influir en la vida de las personas. Son, en su mayoría, personas que viven sin hacer nada relevante, y, sin embargo, tienen el poder de dictar tendencias y comportamientos, aunque no aporten nada real.

Pero si hay algo que me preocupa aún más, es la cuestión del trabajo. La automatización, la inteligencia artificial, y el desarrollo de las nuevas tecnologías están dejando a miles de personas sin empleo. Hay profesiones que desaparecerán. Lo que antes era un empleo estable y seguro, hoy se ve amenazado por máquinas que no necesitan descansos ni salarios. Y los que quedamos atrás, ¿qué vamos a hacer? ¿Dónde quedamos aquellos que nos hemos pasado toda la vida construyendo algo que ahora se desvanece con un solo clic?

Es cierto que muchos empleos desaparecerán, desde los agentes de viajes hasta los cocineros de comida rápida, pasando por los conductores, cajeros y, por supuesto, los teleoperadores. Pero lo que más me preocupa es cómo esto afectará a las generaciones que no estamos tan adaptadas a este ritmo frenético. A veces pienso en los miles de ancianos que luchan por adaptarse a un sistema que, en su mayoría, les resulta completamente ajeno. Y hablando de ancianos, ¿qué decir de los bancos y cajas de ahorros? Son otro enemigo en este sistema. Lo único que hacen es extorsionarnos, engañarnos y vivir de nuestros ahorros, nuestras pensiones y nuestras nóminas. Nos cobran comisiones por todo, por casi cualquier cosa, y se quedan con una buena parte de lo que nos pertenece. Se han convertido en nuestros enemigos. Y lo peor es que complican aún más la vida de los más vulnerables: los ancianos. Estos últimos, muchas veces, no tienen ni la menor idea de lo que está sucediendo con sus cuentas, con sus ahorros, con todo lo que creyeron que era suyo. La trampa está hecha, y hemos caído en ella. Nos hemos vinculado a una vida digital, irreal, que solo nos roba, nos complica y nos aleja de lo que realmente importa.

Y aunque la automatización y la inteligencia artificial seguirán adelante, me pregunto: ¿qué pasará con todas esas personas que pierdan su empleo? Los robots, los drones, las máquinas… todo esto reemplazará a cientos de miles de trabajadores. ¿Y qué quedará para nosotros?

Por último, me inquieta profundamente el impacto que todo esto tiene en la medicina. A medida que la tecnología avanza en este campo, veo más riesgos que beneficios. Las preocupaciones por la seguridad y privacidad de nuestros datos médicos, los posibles errores en los diagnósticos, el aumento de los costos, y lo que más me inquieta: la despersonalización de la atención. ¿Qué pasará cuando todo se gestione mediante algoritmos y sistemas automáticos? ¿Quién se hará responsable de los errores de la máquina?

El abuso de la tecnología también afecta a nuestros niños. El sedentarismo, la obesidad, la falta de interés por actividades fuera de las pantallas… El impacto está siendo terrible, y no solo en la salud, sino en el desarrollo emocional y social de nuestros hijos.

Y como si todo esto fuera poco, la realidad de los mayores es otra de las grandes preocupaciones. En España, las nuevas tecnologías, están afectando especialmente a los ancianos españoles que, irónicamente, son la mayoría de la población y el mundo digital las está dejando atrás. En nuestro tiempo, las relaciones humanas, el comercio cercano, el contacto directo con las personas, eran lo que nos daba vida. Ahora todo eso ha cambiado, y nos han dejado atrás, obligándonos a vivir en un mundo digital que no pedimos, ni entendemos. 

Las generaciones de personas mayores, que no crecimos con los avances tecnológicos que hoy dominan la sociedad, estamos sufriendo, sin quererlo ni haberlo pedido, una desconexión forzosa de todo lo que no hace mucho era nuestra realidad.