martes, julio 01, 2025

LA CORRUPCIÓN EN LA POLÍTICA

COSAS DE GELY 

LA CORRUPCIÓN EN LA POLÍTICA

A quienes simpatizamos con un partido político, no solo nos mueve la afinidad con unas ideas, sino también la esperanza de ver una sociedad más justa, más humana, más digna. Por eso, cuando se destapan casos de corrupción dentro de nuestras propias filas, el golpe es doble: duele por lo que representa y duele aún más porque traiciona todo aquello en lo que creemos. En el caso del PSOE, partido que ha sido artífice de avances sociales decisivos en la historia de nuestro país (desde la sanidad pública hasta leyes de igualdad, derechos laborales, becas, dependencia y tantas otras conquistas), la decepción es especialmente profunda cuando algunos de los que se visten con sus siglas lo hacen no para servir, sino para servirse.

Ver cómo se infiltran personas sin escrúpulos, que llegan al poder con el único propósito de enriquecerse, es una traición que pesa. Porque esas personas no creen en la política como herramienta de transformación social; la ven como una vía rápida para acceder a influencias, contactos y favores que, una vez activados, acaban beneficiando a quienes pagan por debajo de la mesa. No es casualidad que detrás de muchos de estos escándalos aparezcan grandes empresas, contratistas o lobbies que no quieren competir limpiamente, sino asegurarse contratos públicos manipulando los concursos, desplazando a quienes realmente ofrecen mejores propuestas, más innovadoras o más baratas. En lugar de premiar el mérito, se premia la mordida.

Pero la corrupción no se explica solo por la existencia del corrupto. También está el corruptor. El que tienta, el que ofrece, el que busca abrirse camino no con talento ni esfuerzo, sino con cheques, regalos o favores. Ambos, corrupto y corruptor, son parte del mismo engranaje podrido que ensucia las instituciones y debilita la democracia. Y lo más injusto de todo es que quienes acaban pagando esta descomposición no son ellos. No. Somos los ciudadanos, los que cumplimos las normas, los que pagamos impuestos, los que confiamos en que la política es (o debería ser) un servicio público.

Ahora bien, no todos los que militan en los partidos son iguales. Sería profundamente injusto generalizar o caer en el discurso fácil de “todos son corruptos”, porque no es cierto. Hay muchas personas en el PSOE (como en otros partidos) que trabajan con honestidad, por convicción, por vocación de servicio, dedicando horas y esfuerzos sin recibir nada a cambio. Y es justo reconocer también que el PSOE, consciente del daño que puede causar un solo caso de corrupción, ha asumido mecanismos internos de control. Periódicamente realiza auditorías y revisiones, y cuando detecta irregularidades o conductas inapropiadas, actúa con rapidez: abre expediente, pide el acta y expulsa al implicado, sin titubeos ni protecciones. Porque la limpieza interna no es solo una cuestión de imagen: es una obligación ética.

Es imprescindible aplicar medidas más severas y efectivas en todo el sistema: más transparencia en los procesos de contratación pública, vigilancia ciudadana, protección a los denunciantes, incompatibilidades estrictas entre cargos públicos y sectores privados, y sobre todo, justicia rápida y ejemplar. No puede ser que quienes abusan del poder salgan impunes o con castigos simbólicos. Si la política ha de recuperar el respeto que merece, debe limpiarse por dentro. Y quienes militamos o simpatizamos con un partido honesto, también debemos alzar la voz cuando algo no está bien. Porque callar ante la corrupción, también es una forma de permitirla.

La política no puede convertirse en un refugio para oportunistas. Debe ser, siempre, un espacio para los que creen en el bien común. Lo contrario, lo que hoy vemos tantas veces, solo genera desilusión, rabia y una herida profunda en la confianza ciudadana.

Y cuando esa confianza se rompe, cuando la gente deja de creer en las instituciones y en los partidos, se abre una puerta peligrosa. La frustración y el desencanto pueden convertirse en caldo de cultivo para discursos de odio, autoritarios, extremistas. Ahí es donde la extrema derecha se presenta como salvadora, prometiendo limpieza y orden, mientras recorta derechos, ataca la diversidad y erosiona las libertades. Por eso, luchar contra la corrupción no es solo cuestión de justicia: es también una defensa activa de la democracia. Si no actuamos con firmeza, corremos el riesgo de perder no solo la ética pública, sino también el modelo de convivencia que tanto ha costado construir. La Democracia. 


 

 

 

 

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