COSAS DE GELY
En el budismo, el Reino humano (o el Reino de los Hombres) es el tipo de existencia que tienen los seres humanos y se trata de uno de los seis reinos del samsara (reinos de existencia) por los cuales deambula la conciencia y un nacimiento tras otro, en el ciclo conocido como samsara.
¿Que sostiene el budismo con respecto a los problemas humanos?
El budismo cree que cada ser humano puede cultivar su mente para estar libre del sufrimiento. A pesar de que todos enfrentamos el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, la mente no tiene que sufrir el dolor de ellos, si sólo aceptamos la realidad sin rechazo y sin resistencia
El hombre es un conglomerado de series de dharmas. El fin del deseo es la supresión de la existencia por las reencarnaciones. Este estado se llama Nirvana. El Nirvana es un Absoluto.
La continuidad de la vida y la muerte
Fue el filósofo griego Heráclito quien afirmó, con su célebre Panta Rei, que todo estaba sometido a un fluir constante y que el cambio constituía la naturaleza esencial de las cosas. En verdad, todo cambia continuamente, a cada momento, se trate del mundo de los fenómenos naturales o de los asuntos humanos. Nada conserva exactamente el mismo estado, ni siquiera al cabo de un brevísimo instante: hasta las rocas y los minerales de aspecto más compacto y sólido están sujetos a la erosión del tiempo. Pero durante este siglo de guerras y de revolución, el proceso normal de cambio parece haber adquirido una magnitud y una velocidad apabullantes. A decir verdad, hemos sido testigos de las transformaciones sociales más extraordinarias, a la vez que nefastas.
El budismo denomina "transitoriedad de todos los fenómenos" (shogyo mujo, en japonés) a este aspecto efímero de la realidad. En la cosmología budista, la idea se describe como un ciclo incesante de formación, continuidad, declinación y desintegración, por el que pasan todos los sistemas. En nuestra vida como seres humanos, experimentamos dicha transitoriedad por medio de cuatro sufrimientos: el sufrimiento de nacer (que implica el dolor de la existencia cotidiana), el sufrimiento de la enfermedad, el de la vejez y, por último, el de la muerte. Ningún ser humano puede considerarse exento de estos pesares. Podría decirse que la angustia y, en especial, el problema de la muerte fueron lo que condujo a la formación de sistemas filosóficos y religiosos.
Se dice que Shakyamuni se sintió obligado a buscar la verdad a partir de una serie de encuentros accidentales con estos sufrimientos, en los portales del palacio en que había sido criado. Platón señaló que los auténticos filósofos siempre abordaban la cuestión de la muerte. Y Nichiren, fundador de la escuela de budismo en la cual basa sus actividades la Soka Gakkai Internacional, nos aconseja "primero estudiar la muerte, antes de estudiar cualquier otro asunto".
Esta cuestión pende gravemente sobre el corazón del hombre, cual recordatorio ineludible de la naturaleza finita que posee nuestra existencia. Y por ilimitados que parezcan ser los poderes o la riqueza que el ser humano es capaz de acopiar, hay algo que se presenta como una certeza y es la seguridad de que habremos de morir algún día. Consciente de su propia mortalidad, el género humano ha tratado de controlar el temor y la aprensión que circunda la muerte, buscando formas de participar en lo eterno. Gracias a esta búsqueda, el hombre aprendió a trascender las formas instintivas de vivir y desarrolló, precisamente, las cualidades que hoy conocemos como "humanas". Este enfoque nos permite comprender por qué la historia de la religión obviamente coincide con la historia del hombre.
AUDIOLIBRO COMPLETO - LIBRO TIBETANO DE LA VIDA Y LA MUERTE
La civilización moderna trató de ignorar la muerte; hemos apartado la mirada de este problema fundamental. El morir, cubierto por un manto de sombras, pasó a contarse entre las cosas de las cuales sólo cabe aborrecer. Para la humanidad moderna, la muerte es la simple ausencia de vida, el vacío, la nada. La vida pasó a identificarse con todo lo bueno, con lo que es, con lo racional, con la luz; la muerte sólo es el mal, la nada, lo oscuro y lo irracional. Desde todo punto de vista, lo que prevalece es una percepción negativa de la muerte.
No obstante, ¿cómo ignorarla? La disolución física, imposible de negar, le ha cobrado una agobiante retribución a la humanidad moderna. El clima horrendo e irónico de esta civilización moderna es lo que el polaco Zbigniew Brzezinski ha dado en llamar el "siglo de la megamuerte". Más en lo inmediato, una serie de tópicos de variada índole reclaman que se evalúe y se examine el auténtico significado de la muerte. Entre ellos, la muerte cerebral, el derecho a morir con dignidad, la atención de los enfermos con cuadros terminales, las diferentes modalidades funerarias y las investigaciones sobre la muerte y el fallecimiento, que llevaron a cabo autores como Elisabeth Kübler-Ross.
La humanidad parece estar a punto de reconocer, por fin, el error fundamental de las nociones que veníamos albergando sobre la vida y la muerte; y parece dispuesta a comprender que el morir es más que la ausencia de vida; que la muerte junto con la vida activa, es necesaria para la formación de un todo más grande y esencial. Ese todo más amplio que refleja la profunda continuidad de la vida y la muerte que experimentamos como individuos y expresamos mediante la cultura. Uno de los desafíos más importantes que tenemos los seres humanos es establecer una cultura basada en la comprensión de la vida y la muerte, y en la eternidad esencial de la vida. Esta actitud no implica desestimar la muerte, sino enfrentarla en forma directa, para situarla dentro del contexto más amplio de la vida.
El budismo habla de una naturaleza intrínseca, que en japonés se denomina hossho y, a veces, se traduce como "naturaleza del dharma".
Estoy firmemente convencida de que los humanos podríamos construir un mundo de convivencia creativa en el siglo venidero, si tomáramos conciencia generalizada de este yo superior. Recordemos los versos que compone Whitman para cantar loas al espíritu humano:
se dirigió a Tu alma,
Tú fuiste mi auténtico Yo.
Y ¡hete aquí que
fuiste amo del orbe,
hete aquí que sojuzgaste al Tiempo,
que sonreíste, satisfecho,
en la contemplación de la Muerte,
y que henchiste,
que colmaste hasta rebosar
el vastísimo espacio celeste!
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