COSAS DE GELY
¿ESTO ES EL PROGRESO?
He llegado a la conclusión de que mi desvinculación de internet posiblemente sea definitiva. No es una decisión impulsiva ni un capricho. Tras mucha reflexión, siento que ya basta. Este mundo digital ha estado presente en mi vida durante años, pero me he dado cuenta de que, en vez de ofrecerme seguridad y tranquilidad, solo me genera ansiedad, inquietud y, sobre todo, me ha atrapado en un sinfín de cosas que no son reales.
El primer paso será comprarme un teléfono "normal", uno de esos sencillos, sin acceso a internet, solo para recibir y hacer llamadas. Porque eso es todo lo que necesito. He llegado a la conclusión de que las redes sociales y el resto de plataformas no son más que un caldo de cultivo para la desinformación, la inseguridad y el vacío. A lo largo de todo este tiempo, me he dado cuenta de que, aunque algunos insistan en que internet puede ser más seguro, la verdad es que nuestra intimidad ha quedado completamente expuesta, y los datos personales se han convertido en mercancía, en una moneda de cambio que ya ni siquiera controlamos.
¿Esto es progreso? Yo no lo veo así. De hecho, tengo muchas dudas sobre qué tipo de progreso estamos celebrando. Vivíamos mucho más tranquilos antes de toda esta vorágine digital. Había más contacto humano, más cercanía, más respeto por la privacidad y, sobre todo, no estábamos expuestos a la constante presión de un mundo que nos obliga a comprar cosas que no necesitamos. Esas empresas que nos acechan todo el tiempo, como Amazon, nos tratan como simples consumidores, como objetos de sus estrategias comerciales, manipulándonos en cada clic.
Lo peor es que todo esto está afectando a los comercios locales y familiares que, por generaciones, han sido el pilar de nuestras comunidades. Los pequeños comercios que siempre ofrecieron un trato personal y cercano están desapareciendo, barridos por el avance impetuoso de un sistema digital que no tiene espacio para lo humano. En ese sentido, yo también me doy cuenta de algo: antes de esta "era digital", vivíamos más felices, por lo menos más tranquilos, sin la constante preocupación por nuestra privacidad y seguridad.
Estoy decidida a desvincularme de todas estas "cosas irreales". Las redes sociales no son más que una fábrica de mentiras. Vivimos atrapados en esa mentira, y lo peor es que las redes sociales son solo la punta del iceberg de un sistema que nos está controlando a través de todo: desde la publicidad hasta las noticias falsas, pasando por los influencers, esos "ídolos" que, en muchos casos, no tienen ni la más mínima preparación para influir en la vida de las personas. Son, en su mayoría, personas que viven sin hacer nada relevante, y, sin embargo, tienen el poder de dictar tendencias y comportamientos, aunque no aporten nada real.
Pero si hay algo que me preocupa aún más, es la cuestión del trabajo. La automatización, la inteligencia artificial, y el desarrollo de las nuevas tecnologías están dejando a miles de personas sin empleo. Hay profesiones que desaparecerán. Lo que antes era un empleo estable y seguro, hoy se ve amenazado por máquinas que no necesitan descansos ni salarios. Y los que quedamos atrás, ¿qué vamos a hacer? ¿Dónde quedamos aquellos que nos hemos pasado toda la vida construyendo algo que ahora se desvanece con un solo clic?
Es cierto que muchos empleos desaparecerán, desde los agentes de viajes hasta los cocineros de comida rápida, pasando por los conductores, cajeros y, por supuesto, los teleoperadores. Pero lo que más me preocupa es cómo esto afectará a las generaciones que no estamos tan adaptadas a este ritmo frenético. A veces pienso en los miles de ancianos que luchan por adaptarse a un sistema que, en su mayoría, les resulta completamente ajeno. Y hablando de ancianos, ¿qué decir de los bancos y cajas de ahorros? Son otro enemigo en este sistema. Lo único que hacen es extorsionarnos, engañarnos y vivir de nuestros ahorros, nuestras pensiones y nuestras nóminas. Nos cobran comisiones por todo, por casi cualquier cosa, y se quedan con una buena parte de lo que nos pertenece. Se han convertido en nuestros enemigos. Y lo peor es que complican aún más la vida de los más vulnerables: los ancianos. Estos últimos, muchas veces, no tienen ni la menor idea de lo que está sucediendo con sus cuentas, con sus ahorros, con todo lo que creyeron que era suyo. La trampa está hecha, y hemos caído en ella. Nos hemos vinculado a una vida digital, irreal, que solo nos roba, nos complica y nos aleja de lo que realmente importa.
Y aunque la automatización y la inteligencia artificial seguirán adelante, me pregunto: ¿qué pasará con todas esas personas que pierdan su empleo? Los robots, los drones, las máquinas… todo esto reemplazará a cientos de miles de trabajadores. ¿Y qué quedará para nosotros?
Por último, me inquieta profundamente el impacto que todo esto tiene en la medicina. A medida que la tecnología avanza en este campo, veo más riesgos que beneficios. Las preocupaciones por la seguridad y privacidad de nuestros datos médicos, los posibles errores en los diagnósticos, el aumento de los costos, y lo que más me inquieta: la despersonalización de la atención. ¿Qué pasará cuando todo se gestione mediante algoritmos y sistemas automáticos? ¿Quién se hará responsable de los errores de la máquina?
El abuso de la tecnología también afecta a nuestros niños. El sedentarismo, la obesidad, la falta de interés por actividades fuera de las pantallas… El impacto está siendo terrible, y no solo en la salud, sino en el desarrollo emocional y social de nuestros hijos.
Y como si todo esto fuera poco, la realidad de los mayores es otra de las grandes preocupaciones. En España, las nuevas tecnologías, están afectando especialmente a los ancianos españoles que, irónicamente, son la mayoría de la población y el mundo digital las está dejando atrás. En nuestro tiempo, las relaciones humanas, el comercio cercano, el contacto directo con las personas, eran lo que nos daba vida. Ahora todo eso ha cambiado, y nos han dejado atrás, obligándonos a vivir en un mundo digital que no pedimos, ni entendemos.
Las generaciones de personas mayores, que no crecimos con los avances tecnológicos que hoy dominan la sociedad, estamos sufriendo, sin quererlo ni haberlo pedido, una desconexión forzosa de todo lo que no hace mucho era nuestra realidad.